Han vuelto las mascarillas. Desde este pasado miércoles son obligatorias en centros sanitarios. El repunte estacional de las enfermedades respiratorias ha vuelto a poner a prueba la capacidad de unos sistemas sanitarios venidos a menos. Como si de un viaje al pasado se tratara han vuelto también las discusiones políticas sobre las competencias para imponer su uso o, incluso, sobre la justificación de la medida. Mientras, hacía ya días que era habitual ver a pacientes acudiendo a su ambulatorio o a la consulta del hospital con el tapabocas puesto. Ante el colapso de las urgencias y de la atención primaria del pasado diciembre y las recomendaciones de algunos expertos sobre recuperar su uso, muchos ciudadanos han demostrado responsabilidad y sentido común adelantándose a las imposiciones. Tras la pandemia parecía que el uso de la mascarilla cuando atravesamos una gripe o un catarro se extendería de forma natural en entornos de trabajo, transportes o reuniones sociales, como enseñanza de que hay medios para evitar esparcir nuestros virus. Sin embargo no ha sido lo habitual salvo excepciones. De haberse convertido en una práctica normalizada postpandemia seguramente no estaría escribiendo este artículo.