A las cuatro y media de la tarde ya estaba lista. Todo preparado. Llovía a mares pero no le importaba. El frío era insoportable pero el plan seguía adelante. “¿Estás segura que quieres ir? Mira el tiempo que hace, nos vamos a empapar y no podemos llevar las pancartas”. Nada, ni caso. Cogió los dos silbatos que habíamos comprado por la mañana y se los guardó en el bolsillo. Cogió la pintura morada con la que ya se había pintado la cara. “Por si acaso, por si se me borra o por si alguien más quiere”, me decía mientras bajábamos en el ascensor. Los nervios estaban a flor de piel, no podía dejar de mirar los silbatos que cada poco sacaba del bolsillo. A las cinco y diez salimos de casa con paraguas, botas, chubasqueros... Las pancartas que habíamos preparado a la mañana se quedaron encima del sofá. Llovía tanto que era imposible que estuvieran secas para las seis. Cruzamos el puente que une Salburua con Aranbizkarra y entonces nos dimos cuenta que no estábamos solas. Cada vez éramos más las que íbamos a hacer historia. A las seis ya estábamos allí, caladas hasta los huesos y rodeadas de miles de paraguas. Pero con las ganas intactas de llegar a la Virgen Blanca. Ha sido su primera vez. Tiene ocho años, pero ya ha gritado con ganas “gora borroka feminista”.