Comenzaron siendo un foco de divertimento y un espacio para interactuar mediante opiniones sensatas. En mi caso me sirvió incluso para tomar nota de errores porque las críticas constructivas siempre son bienvenidas para mejorar en el día a día. Sin embargo, Twitter se ha convertido de un tiempo a esta parte en un espacio de impunidad para la ira y el odio. Un estercolero donde tiene cabida mucha gente maleducada –por ser respetuoso– que tan solo se dedica a malmeter, humillar y acosar, mucho más en ámbitos como la política o el deporte donde hay filias y fobias respecto a un partido o un equipo. La tendencia generalizada radica en no dejar títere con cabeza y aprovechar el más mínimo detalle para ridiculizar al más pintado, casi siempre desde la cobardía que representa el refugio de una cuenta anónima. Un problema que va in crescendo y para el que parece no haber remedio. Las redes sociales son positivas, por ejemplo, para pillar a un político mentiroso en la hemeroteca o denunciar los bulos de un periodista, pero no para hacer dramas de un simple titular antes de un partido de baloncesto. Existen límites que no deberían sobrepasarse jamás, aunque desgraciadamente en esta sociedad ya hay barra libre para todo. Y así nos va.