Algo curioso en el fútbol es lo efímero de sus amores. Cada verano las plantillas se renuevan y muchos jugadores cambian de aires. Están de paso y pronto engrosan la lista de futbolistas olvidados. A veces regresan como visitantes y, con suerte, una ovación de la grada les recuerda el cariño que se ganaron tiempo atrás. La excepción son quienes, por logros deportivos o por alargar su estancia, dejan poso en el aficionado. Una sola temporada acompañada de una gesta deportiva dejará huella mientras que trayectorias más largas quedarán diluidas sin hitos que la sellen en la memoria. Hay otros que pasan a la historia de un club por una suma de lo anterior y algo más. Algo intangible pero indudable. Es el caso de Víctor Laguardia. Este gasteiztarra nacido en Zaragoza se ha ganado a pulso desde el verano de 2014 un lugar en la centenaria biografía del Deportivo Alavés. Muchos años de albiazul con éxitos deportivos pero también momentos duros en los que estuvo a la altura de lo que merece este escudo. El káiser demostró ser un tipo diferente desde su primera rueda de prensa y la afición lo acogió como uno de los suyos. Le abrió la puerta y Lagu se coló en el corazón de los alavesistas para siempre. Un hueco ganado a base de entrega, sacrificio y una forma particular de desenvolverse en este fútbol moderno. Gracias por tanto, Víctor. Salud y suerte.