Buscando efémerides para la página 3 del pasado sábado me encontré con que otro 15 de julio, pero 29 años atrás, la ocupación de la capital de Ruanda, Kigali, por parte de las tropas del Frente Patriótico Ruandés, el RPF, y la expulsión del país del enloquecido gobierno hutu, puso fin a un genocidio cuidadosamente planificado que en apenas cien días le costó la vida a cerca de un millón de personas. Está más que comprobado, en Yugoslavia, en Ucrania, en Irak o en Birmania, que la política es decisiva a la hora de apaciguar o alimentar los odios de clase, casta, etnia o religión, y en Ruanda los políticos locales y las potencias coloniales se dedicaron durante la mayor parte del último siglo a echar gasolina al fuego. El resultado fue que el 7 de abril de 1994, tras el asesinato de presidente Habyarimana, miles de hutus radicalizados a través de los medios de comunicación y armados con desgastados kalashnikovs y machetes chinos aún sin estrenar iniciaron uno de los más aberrantes episodios de la historia de la Humanidad, que las milicias tutsis también escribieron con su propia cuota de asesinatos y violaciones. No olvidemos nunca que tanto quien porta el machete como su víctima podríamos ser usted o yo, en según qué circunstancias.