Con esa audacia que ni sus más acérrimos enemigos le niegan, Pedro Sánchez paró la hemorragia demoscópica que inevitablemente le iba a acarrear el resultado del 28 de mayo con un sorpresivo adelanto electoral, cual correoso defensa central que, acorralado su equipo en el área, engancha un zapatazo para arriba y que sea lo que Dios quiera. Ya se verá cómo termina todo esto, porque la gente, a la derecha y a la izquierda, está agotada y lo que menos apetece es ir a votar en vísperas de Santiago, y mucho menos gestionar sufragios por correo o pasar un domingo de julio subrayando los números de DNI de los vecinos en el colegio electoral. Lo que toca, lo que queremos, es irnos de vacaciones a la playa. Necesitamos pasar tiempo con los hijos, ir a Mendi a tomar el sol, rematar las chapuzas de la casa postergadas durante este largo curso, escapar a las fiestas del pueblo y hacer barbacoas con los colegas. Hemos de tener en cuenta, sin embargo, que en los sistemas representativos no tenemos muchas oportunidades de influir en el devenir de la cosa pública, y que para que una democracia funcione se le tiene que hacer incómoda al ciudadano, debe requerir de su participación. Es lo que hay.