Suele defender uno de los viejillos de nuestro querido templo del cortado mañanero que después de 40 años de dictadura, votamos demasiado poco, que deberíamos ir a referéndum por semana para decidir de todo lo que nos atañe y en lo que está la pasta pública de por medio. Es más, afirma todo serio y desde hace ya un tiempo que sus nietos le han dicho que con una aplicación de móvil, esto de la democracia total se podría hacer de lo más ágil. Lo volvió a repetir a principios de esta semana en la que arranca la enésima campaña electoral, que ya tenemos a nuestro amado escanciador de café y otras sustancias que no es consciente de qué toca esta vez, si elegir a mister Universo o votar para que gane el último programa de eso que llaman telerealidad el primo de la hermana del novio de la que cantaba con no sé qué artista famoso. Lo que tiene clara toda la parroquia es de qué va esta vez. De lo mismo de siempre. De yo soy más majo que las pesetas sea besando niños, repartiendo flores o prometiendo la llegada al nuevo Edén, mientras que el resto son malos malosos facinerosos, de esos que tienen cuernos y solo quieren tu alma, cuerpo y voto para empezar el fin de los días. Y por eso otro de los viejillos sostiene que, en realidad, votamos demasiado.
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