En los días malos uno duda si esta pasión compensa, si tiene razón de ser el mal cuerpo que deja una derrota o la angustia por un balón que no entra. Si no sería más sensato renunciar al amor irracional por unos colores. Como si fuera fácil desprenderse de un vínculo forjado en multitud de tardes, viajes y bares animando al Alavés. Como si fuera posible. Cuando la fe flaquea revives la emoción en el estadio, los abrazos con los tuyos en la grada, esos domingos de niño en Mendizorroza encaramado a la valla de la General. Y vuelves a sentir lo bonito que es ser del Glorioso. También en los momentos duros, que han sido muchos en la historia del club. Y entonces el fútbol, justo a pesar de su albedrío, te regala un penalti en el último suspiro para devolver a tu equipo parte de una gloria que nunca perdió por las derrotas. Porque al Alavés le hace Glorioso su gente, esa que nunca le abandonó. Porque después de todo, el fútbol es mucho más que un deporte y un negocio. Y lo vivido estos días en Vitoria lo atestigua. No sé si fue Valdano o Arrigo Sacchi quien dijo que “el fútbol es la cosa más importante entre las cosas menos importantes”. Lo pienso cada vez que me siento culpable por dejar brotar alguna lágrima, de pena o alegría, por nuestro Glorioso. Las que se han escapado estos días son de un orgullo difícil de condensar en estas líneas.
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