El maniqueísmo, la simplificación, es sin duda uno de los principales males de nuestra sociedad, porque cuando se da todo masticado no hace falta pensar y es muy fácil que nos la cuelen por algún lado, que nos dirijan, que nos digan a quién odiar y a quién venerar, sin reservas, sin disidencias, sin criterio. Dicho esto, a veces la división del género humano en categorías binarias es muy útil para conducirse en la vida sin salirse de la calzada ni estrellarse contra un árbol, y sin duda una de las simplificaciones más útiles, siempre que luego le apliquemos un análisis corrector y estemos abiertos al cambio de opinión en base a la experiencia, es dividir a la gente en buenas y malas personas. Y de las malas personas, especialmente si son inteligentes o tienen carisma, hay que huir como de la peste o ponerlas a tiempo en su sitio, porque de lo contrario terminarán, de una u otra manera, haciéndonos daño, destruirán nuestra autoestima, nos dejarán cicatrices con las que cargaremos siempre. Este sencillo consejo es mucho más útil para la vida de nuestros hijos e hijas que el estudio de los grandes filósofos, el dominio de las derivadas o la lectura de El Quijote, que dicho sea de paso también encierra grandes enseñanzas sobre nuestras virtudes y taras.