Cicerón debió decir eso de que “el rostro es el espejo del alma”. Y en esta semana de apelaciones de Sánchez a Feijóo para retarse en cuantos más debates mejor, cabe colegir que la profusión de llamadas a esos cara a cara retrata la debilidad de quien los invoca. Igual que radiografía al interpelado su respuesta displicente al reducir si acaso a uno el combate televisivo, consciente Feijóo de sus carencias retóricas y de que el silencio resulta su mejor aliado rumbo a la Moncloa a lomos de la demoscopia.
De salida deben reivindicarse los debates como un hábito consolidado en cualquier democracia que se precie, a modo de contraste de propuestas constructivo en el interés supremo de que la ciudadanía se forje un criterio propio. Por eso quienes rehuyeran tendrían que recabar el reproche social en las urnas. Al margen de movilizar el sufragio para cada sigla, esa pugna dialéctica debería aspirar a combatir la abstención dignificando la política también como un espacio de encuentro, sin obsesionarse por que las encuestas le señalen a uno como ganador del debate. Bien entendido que se trata de un formato abierto a todas las fuerzas que puedan contribuir a la gestión institucional, pues las urnas confrontan programas pero también las fórmulas de gobierno.
Una gobernanza en este caso del Estado a la que está por ver la aportación de lo que quede del perímetro a la izquierda del PSOE tras una dinámica cainita entre Yolanda Díaz y sus satélites regionales frente al cosmos endogámico de Podemos. Formación morada cuya cúpula acabó convocando in extremis una consulta a las bases sobre la coalición con Sumar a la búsqueda de carta blanca para negociar con más fuerza un pacto que de no prosperar le regalaba la Moncloa al PP en comandita con Vox. Caretas fuera, por si cabía alguna duda de que no se soportan, para ahondar en la desazón de su electorado potencial, todavía por calibrar.
Lo que ya puede constatarse perfectamente es el grado de virulencia del conflicto en el seno de la Ertzaintza, cuyo ejercicio del monopolio de la fuerza legítima y bajo presunción de veracidad reviste a sus miembros de una responsabilidad máxima ante la sociedad que exige sensatez y proporcionalidad, también en sus demandas laborales. Incompatible con las posiciones extremosas que han aflorado para injusto descrédito del Cuerpo en su conjunto, a revertir sin maximalismos en la mesa de negociación con la Consejería de Seguridad. Mediante el abordaje de las razonables mejoras operativas, de equipamiento e incluso retributivas que las arcas de Euskadi puedan permitirse, entre las que no caben subidas salariales de mil euros que por lo pronto extienden la idea de que nuestros funcionarios policiales son unos jetas, lo que inflige un irremediable daño reputacional. La seguridad constituye un servicio público esencial y además la Ertzaintza se erige como uno de los emblemas del autogobierno, razones poderosas para que imperen ya la serenidad y la cordura.