Lo de hoy se llama, con razón, la fiesta de la democracia. Lo saben bien quienes durante la eterna noche del franquismo no pudieron votar en ejercicio de la máxima expresión de las libertades públicas. Sin embargo, como un tercio de la población con derecho al sufragio activo siempre se llama andana presumiendo que esa actitud crítica con el sistema resulta neutral a efectos prácticos. Pero eso también es tomar partido, en concreto por las siglas con un electorado más militante, inasequible al desaliento.

Ningún programa concita la adhesión plena de nadie y abundan los motivos para la desafección ante el envilecimiento institucional azuzado a conciencia por quienes justamente pretenden en primera instancia el desistimiento del electorado menos ideologizado. Pero esa táctica de polarización también constituye subsidiariamente una verdadera estrategia para nutrir a los extremos y empujar a la ciudadanía más templada a elegir entre el mal menor en el contexto de esa falaz dicotomía. Cuando la política con mayúsculas se construye sobre la base de los acuerdos entre distintos proclives a ceder y a reconocer las virtudes del otro, siempre en observancia del bien común en el más amplio sentido. 

En mayor medida cuando se dilucidan las cosas de comer, desde la gestión tributaria y las prestaciones sociales a la movilidad o la seguridad, como en las elecciones forales y municipales de hoy. Una cuita partidaria, desarrollada en términos generales de forma respetuosa en Araba y en concreto en la disputada Gasteiz, que desde mañana tendrá que deparar gobiernos lo más estables y congruentes posible. Será tiempo de conducirse con una perspectiva panorámica, práctica y empática para alinear definitivamente la conversación política con las prioridades ciudadanas.

Singularmente en ese día después hay que pensar a la hora de resolver la doble indecisión, de si se vota o no y a quién. Bien entendido que el abstencionista corre el serio riesgo de lamentar su inhibición hasta 2027, por mucho que le asista siempre el derecho a quejarse en tanto que contribuyente, y que en estos comicios se dirime con nuestro voto la administración de las instituciones propias en el marco del autogobierno, no una suerte de primarias de las generales de fin de año. Bajo esa premisa, las declaraciones de intenciones explicitadas y la demoscopia sugieren tres modelos de gobernanza factibles, tanto en la capital alavesa como en el conjunto del Territorio: la cohabitación de PNV y PSE o la alternativa bicéfala desde los polos. No se concibe que a ningún ser racional pueda darle igual una opción que las otras dos y en tal disyuntiva entre PP y Bildu tampoco una que otra.

Mucho que decir tienen los menores de 30 años, los más abstencionistas. Harían bien en votar y en escoger la papeleta con las miras puestas en la emancipación que procura el empleo suficiente y de calidad, más el acceso a la vivienda.