Lo dejó escrito en letras de oro el Nobel de Literatura irlandés Bernard Shaw: “Cuantas más cosas avergüencen a un hombre, más respetable es”. A la vista de todo lo oído y leído esta última semana de patética política, sonrojante a más no poder, en los extremos del arco ideológico no queda ni rastro del pudor exigible y por consiguiente de decencia en la acepción de Shaw.

El despropósito comienza con la decisión política de EH Bildu de integrar en las listas a siete candidatos con delitos de sangre a sus espaldas aunque hayan recuperado su derecho al sufragio pasivo como consecuencia del cumplimiento de penas. Tan legal como amoral por lo que supone de afrenta a las víctimas, que se subordinan al voluntarista afán partidario del cierre de filas con el núcleo del radicalismo abertzale mayormente juvenil que reniega de la acomodación institucional en la CAV, Navarra y Madrid. Un error estratégico por lo demás, porque compromete el crecimiento electoral más allá del tradicional voto militante de candidaturas de nuevo cuño como la de Vitero en Vitoria-Gasteiz y aleja la opción de un eventual apoyo socialista a alcaldías posibles de EH Bildu, sirva como ejemplo el hipotético caso de Pamplona. Un dislate ético y político que en absoluto se enmienda por la promesa de no recoger las actas en el supuesto de resultar elegidos en tanto que no conlleva ni un ápice de autocrítica sobre ese pasado cruento, por mucho que los siete candidatos señalados reivindiquen ahora sí las vías exclusivamente democráticas.

Aunque para cinismo en su máxima graduación el del PP, que negoció con ETA bajo pública definición de “movimiento vasco de liberación” según Aznar y en esta campaña se rasga las vestiduras por los acuerdos sobre leyes concretas de EH Bildu con el Ejecutivo español, aun invadiendo el autogobierno, por cierto. Cuando bajo presidencias populares mediaron excarcelaciones y acercamientos con el terrorismo hoy erradicado en las mayores cotas de iniquidad, pasto del olvido selectivo para instrumentalizar los asesinatos contra Sánchez como ya se hizo con Zapatero en el proceso de paz que acabó con la voladura de la T-4, en feroz demostración de que nada se había vendido, singularmente Navarra. Feijóo hereda así la concepción patrimonialista del poder de los mandamases del PP, según la cual todo cabe para recuperarlo, incluido el obsceno manoseo de las víctimas y la burda tergiversación de la historia, por ejemplo la de Maroto como alcalde vitoriano que pactó con el abertzalismo oficial.

Esta semana nauseabunda no puede ofuscar el raciocinio del electorado vasco más templado que aspira a la mejor gestión posible de sus instituciones, haciendo oídos sordos a los zocos electoralistas de unos y a la bulla de los otros. Se trata de identificar las propuestas realistas de verdadera incidencia local y foral, cribando las que se sustentan en diagnósticos certeros y plantean soluciones rigurosas y ejecutables por mayorías de gobierno que aporten estabilidad y sensatez. Un voto constructivo, de suma.