Aunque no haya vacaciones escolares, a veces pasa. Si alguno de los viejillos de nuestro amado templo del cortado mañanero se ha quedado al cargo de uno de sus descendientes, abuelo y nieto terminan desayunando en el local para que el primero pueda presumir y el segundo tocar las narices. Nos pasó el otro día con un querubín que puso en solfa los cimientos de este local, que estuvo a punto de abrir una pelea eterna entre los parroquianos, que resquebrajó todo lo que define la esencia de este sitio. A resultas, como el niño todavía estaba un poco flojo de una fiebre, sus progenitores decidieron dejarle con el aitite, que, evidentemente, se lo llevó al bar a hacer la primera comida del día. Como cada mañana, los presentes estaban leyendo los periódicos y hablando de las elecciones y de los políticos, cuando el crío hizo la pregunta. Algunos dirán que de manera inocente. Somos varios los que pensamos que Le Petit Cabrón quería incendiar todavía más el ambiente. Oye abuelo, ¿y estos políticos, qué hacen? En ese momento, justo en ese instante, hubo un debate bíblico sin palabras, un agujero en el espacio-tiempo, una lucha titánica entre ofrecer en colectivo una respuesta didáctica sobre la democracia y el bien común o soltar los perros de la guerra y contarle al niño las verdades del barquero.