Como en la Lotería de Navidad, tampoco he ganado en la elección de la palabra del año de la Fundeu. Mi candidata –apocalipsis– ha sido derrotada por la expresión inteligencia artificial. Hasta el bingo navideño familiar se me ha dado mal este año... pero esto es otra historia. La RAE define esta construcción como “disciplina científica que se ocupa de crear programas informáticos que ejecutan operaciones comparables a las que realiza la mente humana, como el aprendizaje o el razonamiento lógico”. Cualquiera que haya visto un par de pelis sabe que el triunfo de la inteligencia artificial puede ser un buen argumento de historia apocalíptica. Si hasta Sheldon Cooper era de la opinión de que la rebelión de las máquinas, que llegará, comenzará por los cajeros automáticos. No se me ofenda nadie por el cachondeo, que es desde el que escribo, sobre todo porque me preocupa que este ordenador se alce en armas y vaya a por mí si alerto de la revolución que planea... Ahora en serio: inteligencia artificial recoge el relevo de vacuna. No me parece ninguna mala noticia que dos términos que aluden a la ciencia, al saber, a la tecnología, hayan sido destacados como palabra del año. Porque las palabras nos definen y lo que no tiene nombre parece –aunque no sea así– que no existe.
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