El destino es caprichoso y en una de sus numerosas casualidades ha querido que una leyenda como Roger Federer anuncie el fin de se carrera la semana siguiente al éxito de Carlos Alcaraz en el US Open, en el que se convirtió en el tenista más joven de la historia en ganar un Grand Slam y en ser el número uno del mundo. El deporte, como tantísimas cosas de la vida, es cíclico: llegarán otros que ocupen el puesto de Federer y Alcaraz está desde luego opositando a ello. En ocasiones como estas, en las que un deportista que ha marcado una época se retira (algo que por naturaleza tiene que ocurrir tarde o temprano), es habitual usar el adjetivo irremplazable. Mentira, nadie es irremplazable. Y esto se aplica a deportistas, presidentes, reyes, empresarios y a la propia raza humana. Vendrán tenistas tan buenos o mejores que Federer, Nadal y Djokovic y es cuestión de tiempo que sus registros terminen cayendo. A mí me parece más adecuada la palabra irrepetible. Y es que Roger Federer solo hay uno, y eso es lo triste de su adiós. Llegarán tenistas que nos hagan disfrutar más, pero no de la manera que el suizo lo ha hecho. Esa clase, esa elegancia en la pista, ese saber estar, ese giro de muñeca, esa genialidad... Ya solo la podremos ver en vídeos. Eso sí, nos quedará el poder decir “yo vi jugar a Roger Federer”.
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