La sola mención de este emirato genera una inmediata riada de filias y fobias en función de los oídos a los que llegue. Los aficionados al balón ven detrás de Catar el interminable poderío económico de un Estado, que respalda y sustenta a base de millones de euros, el crecimiento del Paris Saint Germain y su objetivo de afianzarse entre la élite de los clubes europeos. A esa riada de millones, que vienen desde la península de Arabia, achacan la imposibilidad de haber fichado última estrella del balompié francés. Después de muchos meses mareando la perdiz, haciendo creer a sus aficionados que en julio vestiría la camiseta blanca del Real Madrid, la enésima inyección de una cantidad inimaginable de euros a su cuenta corriente le ha llevado a prolongar la estancia en la Ciudad de la Luz otros tres años. Los aficionados madridistas y hasta el todopoderoso Javier Tebas equiparan a los qataríes a la categoría de demonio. El Catar bueno lo observamos hace escasas semanas cuando su ilustre emir, Tamim bin Hamad Al Thani, fue agasajado con todo tipo de parabienes por parte del Gobierno. Hasta Felipe VI se arrancó con un discurso en árabe para lisonjear las orejas del emir y su intención de invertir un total de 4.700 millones de euros en el Estado.