a campaña para la primera ronda de las legislativas francesas se desarrolló con la práctica desaparición del candidato a la reelección. Ocupado en su agenda internacional -ha sido de los pocos líderes occidentales que ha mantenido interlocución con Putin-, quizá Emmanuel Macron confió demasiado en eso del efecto bandera, incluida una cumbre internacional con parafernalia digna de los grandes momentos de los libros de Historia, en Versailles. Nada extraño en un presidente que desde el minuto uno mostró su afición por el ejercicio personalista del poder, hasta tal punto que los medios franceses han trufado su legislatura de referencias al Rey Sol y a Bonaparte, ahí es nada. Y quizá no midió que, mientras tanto, Marine Le Pen sacaba adelante con bastante éxito su estrategia de lavado de imagen, de desdiabolización lo han llamado, ayudada por un ultra más ultra como Zemmour que le ha permitido ofrecer un perfil más moderado, aunque solo sea por comparación. Libération ha calificado atinadamente de trampantojo el discurso de Le Pen. Macron, el mismo que sentenció el tradicional eje izquierda-derecha, se enfrenta ahora al reto de desarmar el discurso de Le Pen, que se reivindica como la voz de "los olvidados", y de buscar apoyo entre la izquierda. Hoy, debate televisado que se antoja clave para la cita de este domingo.
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