Sí, lo reconozco. Me he vacunado de la gripe y del covid. Supongo que es lo que toca si uno quiere ser respetuoso y responsable con la salud propia y con la de los demás. Ahora bien, he de reconocer que, tras los pinchazos correspondientes, casi me arrepiento (solo casi). El caso es que al día siguiente de acudir a mi centro de salud, uno de los brazos, en el que se inoculó la molécula para prevenir la versión anual de las cepas del coronavirus, hizo un amago de querer desprenderse del resto del cuerpo como consecuencia de los efectos secundarios. Fue un rato que se pasó sin mayores dificultades, pero que me bastó para empezar a reflexionar. Como conclusión a ese esfuerzo intelectual pude inferir que el que escribe y suscribe este puñado de líneas y las diferentes vacunas que he recibido contra el patógeno responsable de la última gran pandemia mundial se llevan a rabiar. No sé muy bien a qué se debe, pero ya son unas cuantas las experiencias sobre el particular, y todas van en la misma línea. Al final, si todo sigue así, no descarto incluso explorar teorías conspiranoicas e informarme en redes sociales sobre una eventual estrategia gubernamental para controlar mi mente. ¿Qué les parece? Si me dejan, les contesto yo mismo: un absoluto dislate.
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