"Gestión cultural" es uno de los términos que más confusión genera. Cuando una persona dice ser gestor cultural, se abre un silencio. No porque el interlocutor no conozca esas dos palabras, sino porque no comprende lo que significan. ¿Administrar la cultura? Suena contradictorio, como "gestionar el amor". No obstante, si la cultura aspira a existir y tener espacio, requiere organización.

Gestionar la cultura es hacerla posible. Es organizar tiempos, presupuestos y espacios; formar equipos; cuidar a artistas y públicos; crear entornos; interpretar lenguajes artísticos entre personas, comunidades e instituciones. Es la trama invisible que posibilita el montaje de una exposición, la conservación de un archivo y una programación que no se desvanezca ante el primer soplido.

Se acepta que una empresa o un hogar necesiten gestión, pero en cultura el término parece no corresponder, como si solo se necesitara el talento o la inspiración. Y no. Cada exposición, obra o publicación requiere de horas de trámites, permisos, logística, contratos y redacción. Nada de eso suena poético, pero la cultura no se propaga, no se expande y no llega sin ese trabajo.

Conviene recordar que el gestor no genera obras de arte, sino condiciones. No persigue ser el centro de atención, sino la continuidad. A medida que gestiona mejor, su presencia se nota menos. Se percibe el efecto. Y aún así, su responsabilidad no es menor: es similar a la de un jardinero que acondiciona el terreno para impulsar el crecimiento de las flores.

La incomprensión social tiene consecuencias: oculta un trabajo que respalda el ecosistema y fomenta la precariedad. Es poco probable que se valore un trabajo si no se comprende lo que implica. En un país donde se confunden entretenimiento y cultura, el gestor cultural es un mediador callado que evita el hundimiento y mantiene vivas estructuras débiles.

También se debe exigir precisión. Implica metas claras, presupuestos honestos y evaluaciones útiles, no llenar formularios ni seguir modas. Supone un diálogo auténtico con públicos diversos, contratos equitativos y transparencia con el dinero público. Conviene escuchar antes de poner en marcha y programar proyectos con significado, no simplemente iniciar actividades sin rumbo.

Para crecer sin diluirse, para resistir sin cerrarse y para cambiar sin ruido, la cultura requiere de gestores. No para domesticarla, sino para mantenerla. No hay estructura sin gestión, y sin estructura, lo simbólico se debilita.

Para aquellos que deseen adentrarse en esta profesión, existe un camino cercano: el curso gratuito "Emprendimiento y gestión de empresas creativas y culturales", que está destinado a quienes tienen una idea o proyecto en el campo cultural. Está coordinado por el Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz. Comienza el 24 de noviembre y aún hay plazas. A veces, una formación que ayuda a cultivar semillas culturales es la mejor noticia para la cultura, no otro sarao más.