ebía ser un instrumento para hacer justicia en el mundo del fútbol, pero transcurridas varias temporadas desde su implantación seguimos en las mismas. Los errores groseros partido tras partido se acentúan. Por ejemplo, nadie sabe a ciencia cierta aún lo que es mano y lo que no. El problema no es el VAR en sí, sino quienes lo manejan desde arriba y la barra libre para beneficiar casi siempre a los grandes. El Alavés es colista por méritos propios tras una temporada donde sigue sin estar a la altura de lo que exige la Primera División, pero el arbitraje sufrido el pasado sábado en el Wanda ante el Atlético fue aberrante. ¿Alguien cree que ese manotazo de Lodi a Edgar dentro del área no se hubiese señalado como penalti si lo recibe Benzema? ¿Alguien cree que el ínclito Iglesias Villanueva no hubiese avisado a Melero López para expulsar a Vrsaljko si el alevoso codazo en el rostro es a Modric en lugar de Pina? Dudar de la imparcialidad de los colegiados no es de recibo, pero el trato a unos y otros ha sido muy diferente durante toda la vida. Si te llamas Piqué o Casemiro, el rasero a la hora de sancionar una protesta o una entrada es muy distinto. Admitida esta terca evidencia, el Alavés también está metido ahí abajo por sus propios errores.