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Mesa de Redacción

Carlos González

El imperio del bolardo

El imperio del bolardo

ace unos meses nos abrieron cerca de nuestro amado templo del cortado mañanero una zanja para meter vaya usted a saber el qué por el inframundo. Fue una obra celebrada por nuestro querido escanciador de café y otras sustancias ya que los operarios tomaron por costumbre acudir a sus estancias para llenar la panza y el espíritu. Terminada la obra, nos comimos cuatro días de asfaltado con unos follones de tráfico de aupa el Erandio y un olorico para salir corriendo. La cuestión es que hace unas semanas, dos metros más para allá, volvieron a abrir otra zanja para meter el mismo no sé qué, lo que supuso levantar parte de lo asfaltado previamente. Y aquí los viejillos sospechan que, una de dos, o hay algún listo en algún despacho institucional al que no le llega la sangre al cerebro o, lo peor, esto se ha planificado así queriendo. Esto nos ha recordado a los tiempos en los que un aitona que ya nos dejó sostenía que la proliferación de bolardos en las calles de esta sacrosanta ciudad podía obedecer solo a dos razones: o había un contubernio público-privado para que las empresas bolardianas hicieran su agosto de manera permanente, o, en realidad, estos instrumentos del mal tenían vida propia y habían decidido empezar a construir su imperio mundial desde Vitoria.