unca es agradable que se nos dé órdenes, menos aún si esas directrices implican algo que nos es incómodo y ni les cuento ya si salen de la boca de un político. No extraña, por lo tanto, que al vicepresidente de la Comisión Europea, Josep Borrell, le cayera un aluvión de críticas cuando hace unos días incitó a la población europea a apretarse el cinturón y bajar un grado la calefacción para hacer frente a los disparados precios del gas y reducir la dependencia energética de Rusia. Resulta fácil decirlo desde su posición, ya que dudo que el señor Borrell vaya a tener algún día problemas con la factura de la luz, la gasolina o el gas, y posiblemente su bolsillo no note la subida. Sin embargo, detrás de esa habitual hipocresía de los políticos, se esconde una verdad, y es que quizá, aunque vayamos muy tarde, es ya el momento de renunciar a algunas de nuestras comodidades y sustituir el coche por el transporte público y la bicicleta, no derrochar agua caliente o, efectivamente, bajar la calefacción de casa. El medio ambiente lo agradecerá, y nuestro bolsillo también. A cambio de ese esfuerzo, agradeceríamos, si no es mucho pedir, menos impuestos en la gasolina para quienes dependen de ella en su trabajo y menos manga ancha para las abusivas eléctricas.
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