omo hace doce meses fue imposible porque casi todo seguían siendo restricciones, este fin de semana hay fiesta especial en nuestro amado templo del cortado mañanero. Por el bicho pero también por otras cosas -que la gente ya tenía por costumbre morirse antes de la pandemia-, en estos dos años se han ido para siempre algunos parroquianos a los que no se les ha podido despedir a la antigua usanza, es decir: funeral con posterior pote para contar cuatro anécdotas y repetir lo de no somos nada.
Con las familias que hay más confianza, se les ha invitado a pasarse y tomar algo, para lo que llevamos poniendo bote un par de semanas, porque nuestro querido escanciador de café y otras sustancias ha dicho que si no invitó nunca a nada a los homenajeados estando vivos, sería una falta de respeto hacia ellos cambiar ahora de política.
Al pequeño convite -alguien va a traer de casa calderete, los de la frutería de la esquina han asegurado el suministro para preparar zurracapote, y tenemos encargados unos chuchitos a una pastelería cercana- se han apuntado ya unos cuantos familiares. Seguramente nunca les gustó este sitio ni las horas que los suyos pasaron entre estas paredes, pero saben que es un adiós sincero y que la vida ya es bastante jodida como para no tomarse un respiro de vez en cuando.