ubo un año, muy recordado en nuestro querido templo del cortado mañanero, que llegado carnavales nuestro amado escanciador de café y otras sustancias y el becario -o sea, su hijo- se vistieron de Sonia y Selena. Era un espectáculo no apto para personas sensibles. Hubo, de hecho, un viejillo que, arrodillado en medio del local, dio gracias al altísimo por sus cataratas. Así que nos tiramos tres días con el jodido Yo quiero bailar puesto en el hilo musical. Aquel recuerdo terrorífico ha vuelto a ser presente estos días. En estos dos últimos años, el bicho no solo no ha apagado las ganas de fiesta de la parroquia del bar, sino que las ha aumentado exponencialmente. Tanto que algunos viejillos me han preguntado si en Hell Dorado o en la Jimmy hacen descuentos para la quinta edad, que están pensando en irse a algún concierto. "Total, para lo que nos queda en el convento". Parece que ese ímpetu se ha apagado por ahora. En su lugar, en el local se ha planteado la posibilidad de hacer un disfraz conjunto para montar nuestra propia cabalgata por el bar. Y claro, el barman, recordando aquellos tiempos con su hijo, les ha propuesto a los venerables vestirse "como esos que hacen grap o trap o lo que sea", para enseñar calzoncillo por encima del pantalón y poner cara de tíos duros. Terrible.