ubo un momento ayer a primera hora en el que la idea estuvo sobre la mesa. El proyecto pasaba por unir los carnavales con la acción protesta, todo ello apostando por el hermanamiento entre ciudades ancestralmente enfrentadas. Ante la enésima visita a Vitoria del enésimo ministro de la cosa de los trenes para decir que esta-vez-sí-que-sí-de-la-buena-de-la-de-verdad se va a hacer lo del soterramiento y va a llegar la locomotora que no conoce la barrera del sonido, los viejillos de nuestro amado templo del cortado mañanero plantearon plantarse por la tarde ante los políticos. El gran plan maléfico pasaba por seleccionar a un grupo de valientes y disfrazarlos de El Consorcio, estableciendo una unión vitoriano-bilbaína jamás vista. Después, los carnavalescos voluntarios se trasladarían hasta el sitio del acto de alto copete acompañados por uno de los querubines, que entiende de eso de poner música en el móvil y que se oiga a tres kilómetros a la redonda. Toda vez allí, llegaría el momento de la performance perroflautista. El tema elegido para tal magno instante, por supuesto, era El chacachá del tren. El problema es que nadie contó con que seguramente habría que pagarle derechos a la SGAE y avisar antes a la Ertzaintza, como apuntó el escanciador de café y otras sustancias. Y el plan quedó enterrado.