l pasado fin de semana me comentaba un buen amigo -por lo visto, tiene tiempo libre suficiente como para leer mis divagaciones-, que no le gustaban tanto mis columnas de opinión dedicadas al deporte como las que dedico a otros temas más controvertidos como la política. Sacando los eufemismos de la ecuación, que el deporte le importa lo mismo que la teoría de la relatividad a un mapache, vaya. El caso es que me puse a darle vueltas al coco para atender su petición y escribir sobre la reforma laboral, las elecciones portuguesas o la recuperación económica, pero al final todo el trabajo de documentación se me fue al traste por culpa de Rafa Nadal, que, como a la mitad del país, me tuvo toda la mañana y parte de la tarde del domingo pegado al televisor, vibrando con su remontada y alucinando con su fortaleza mental y física. ¿Cómo no me va a emocionar, amigo mío, un titán al que nadie le ha regalado nada y que se ha impuesto a toda adversidad para convertirse en el mejor, antes que los tantos políticos que han llegado a la cima a base de enchufes y puertas giratorias? Con Nadal no hay ni trampa ni cartón, solo una raqueta, una pelota, una red y años de esfuerzo y superación. Nada de favores, bulos o datos manipulados en función de los intereses de cada uno. Tendrás que esperar.
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