l que escribe estas modestas líneas, ya con alguna cana y arruga de más pero por fortuna con buena memoria, sufre de vez en cuando algún brote nostálgico que le retrotrae a épocas pasadas. Qué tiempos aquellos en que pagábamos 100 pesetas por un café o 50 por una barra de pan. O que salíamos de fiesta con un billete granate de 2.000 pesetas y nos sobraba alguna moneda en el pantalón de vuelta a casa tras haber ingerido alguna copa de más. Lo más triste de todo es que ya casi no hay ciudadanos que se acuerden del valor de las entrañables pesetas. La mayoría de los habitantes admitimos que el euro ha encarecido notablemente nuestras vidas. Muchos de los artículos, productos y servicios que hoy adquirimos cuestan casi el doble o más que cuando los pagábamos en pelas. Por no hablar de la abusiva subida del recibo de la luz, gasolina, colegio de los hijos... Habiendo entrado desde hace tiempo en una espiral frenética a todos los niveles, seguimos sin tocar fondo. Mientras gente se enriquece de forma ilícita sin ningún pudor, los más humildes casi no tienen para dar un plato de comida a sus pequeños. Digo esto al hilo de la noticia de que la pobreza se recrudece entre la población más vulnerable de Álava. Ánimo a quienes lo estén pasando mal. Qué habremos hecho para merecer esto.
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