er para creer. Llega otra vez la Navidad. Tengo que ser sincero y descubrirme. La verdad es que casi se me pasa que, al final de año, y con una alharaca a veces insufrible, acostumbran a llegar estas fiestas de noble intención que, entre todos, hemos conseguido convertir en una explosión de consumismo difícil de abarcar para una escala humana. Será por la edad, por la acumulación de sinsabores o por el estrés extra que suponen las navidades, sus servidumbres y las costumbres impuestas por vaya usted a saber quién, pero creo que a estas alturas de la película puedo ser más cascarrabias que el mismísimo Grinch. Compréndanme, uno tiene sus límites, y ya las costuras se desbordan cada vez que contemplo uno de las decenas de miles de anuncios de perfumes que copan la televisión, cada vez que contemplo uno de los miles de escaparates decorado como si a su dueño le hubiese dado un ataque agudo de daltonismo o cada vez que emiten un telefilm, ñoño a más no poder, sobre el dichoso espíritu navideño, aunque aún queden tres semanas para las fiestas en cuestión. En fin, supongo que no me quedará otra que amoldarme a los acontecimientos y ponerme uno de esos horrendos jerseys de renos y Papás Noel para no desentonar. En cualquier caso, feliz Navidad.