Piensas que la inmundicia de la condición humana no puede alcanzar ya mayores cotas y viene la realidad a darte una bofetada por ingenua. Hablo de esa información sobre la investigación abierta por la Fiscalía de Milán sobre los indicios de que durante el cerco a Sarajevo, entre 1992 y 1996, en la guerra de Bosnia hubo individuos que pagaban el equivalente a entre 80.000 y 100.000 euros por viajar hasta las colinas de Sarajevo el fin de semana y disparar a sus ciudadanos. Una cacería humana en toda regla. Estos tipos –según la denuncia presentada por el periodista y escritor Ezio Gavazzeni, respaldado por un reputado exmagistrado italiano y el exalcalde de Sarajevo de 2021 a 2024– cogían un avión en Trieste, aterrizaban en Belgrado y pasaban un macabro fin de semana asesinando desde la distancia y a través de una mira telescópica a seres humanos que, por si esto fuera poco, intentaban ya sobrevivir a una guerra en una ciudad sitiada. Supongo que luego estos cazadores de seres humanos recogían sus armas y volvían a sus vidas como si nada, quizá como reputados profesionales, quizá como amantísimos padres de familia. Supongo que dormían tranquilos. Si estos hechos se prueban –no puedo evitar que me cueste creer que existan personas capaces de semejante vileza–, no imagino pena a la altura de semejante maldad.