Lo saben todos los propietarios y amantes de los perros: son rutinarios y territoriales. Tienen y necesitan sus horas concretas para hacer su vida y entre ellas es la de marcar el territorio en el que viven, o incluso por el que solo pasan.
Por regla general, salvo problemas de salud, los perros adultos no hacen sus necesidades dentro de la vivienda que comparten con sus humanos. Pero los cachorros son otro cantar. No vienen aprendidos y, ademá,s hay una época en la que al no contar todavía con todas la vacunas necesarias es preferible que permanezcan en el hogar. Y mean y cagan donde pillan. Los empapadores serán el mejor amigo del humano.
Cuando ya pueden salir a la calle empieza el gran trabajo de adiestramiento, que dejen ya de hacer en el suelo de casa, y más aun en paredes y muebles, algo que hasta ese momento no suponía ningún problema.
Pero mientras dura el proceso de enseñanza, hay que ir limpiando lo que sueltan. Y no solo eso, también desinfectar e higienizar para evitar malos olores y otros posibles problemas.
Durante mucho tiempo la lejía ha sido la principal arma en estos menesteres. Pero a pesar de su fuerte olor y del fino olfato de los perros, estos no dejaban de acudir a los sitios bien refrotados con este producto de limpieza. ¿Por qué?
Durante su rutinario paseo, los perros van olisqueando todos los lugares por los que pasan. A través de su olfato recogen todo tipo de información, especialmente en los puntos en los que todos los perros del barrio van dejando su personal marca. Y nuestro can no será una excepción. Tras recorrer toda la mancha con la trufa bien pegada durante un rato, dejará su impronta y se dirigirá a la siguiente.
Este rastro será seguido por otros perros que actuarán igual, para desesperación del dueño de esa pared si es la entrada a un edificio o a un comercio, que por más que limpia y desinfecta no consigue alejar a los perros.
Y el problema puede estar en el producto, en la lejía. Si bien este líquido desinfecta a entera satisfacción, eliminando cualquier rastro de los orines, también deja un rastro de olor que sin ser perruno incitará a nuestras mascotas a dejar su marca ahí. Que es lo mismo que pasaba en casa cuando comenzó el proceso de adiestramiento y por más que el vaciábamos botellas de plástico amarillo, nuestro cachorro acudía diligente a los mismo puntos.
Lo dicho, la lejía es una arma de doble filo, cumple con su fin de limpiar, pero no evita que sigan acudiendo al mismo punto.
¿La solución? Para encontrarla basta con usar el fino olfato de los canes en nuestro favor. Es suficiente con buscar un aroma que les resulte molesto. Y podemos encontrarlo en nuestro propio hogar, algo que nos permitirá hacer un repelente casero.
Los ácidos acéticos y los ácidos cítricos molestan especialmente a los perros, le resultan desagradables. El limón y el vinagre pueden convertirse en unos inestimables aliados a la hora de adiestrar a los perros dónde sí y dónde no pueden hacer pis.
Para hacer un repelente basta con mezclar 100 ml de zumo de limón con medio litro de agua y una cucharada de bicarbonato. Bien mezclado y cuando se pase la efervescencia, poner en un pulverizador y rociar con él las zonas por la que el perro muestre interés. Con vinagre funciona igual, pero su olor no resulta tan agradable como el del limón a los humanos de las casa.