Primoz Roglic es la Vuelta. Indivisible unión. Conforman una pareja soldada a fuego. Un idilio solo quebrado por una caída y por la política interior del Jumbo. El esloveno encuentra en la carrera española el alivio del Tour. La alegría del rojo que combate la pena. Su refugio. El abrazo amigo, la caricia tenue, el amor. Roglic siempre ha honrado a la Vuelta.

Desde esa posición se ha coronado en tres ocasiones. Es su emperador. Se dirige hacia su cuarto laurel en Madrid después de colgarse del cielo en Moncalvillo, una cima que conocía. Asaltó el poder. Reinó en la cumbre riojana y agarró el liderato.  

“Mañana es la última gran etapa, y será muy dura. Y como no hacemos el habitual circuito en Madrid, tenemos otra etapa decisiva con la contrarreloj, así que el triunfo en la Vuelta está lejos de estar hecho”, expuso con criterio el nuevo líder, cauto tras el asalto el poder.

El jefe es el líder tras la homérica resistencia de Ben O’Connor, que tras 13 días de rojo pasión, se quedó en blanco. Tuvo que ceder el trono al esloveno, que subió de un respingo. Roglic gobierna la Vuelta con 1:54 respecto al australiano.

Enric Mas le rastrea 2:20 y Richard Carapaz se sacude a 2:54. La carrera, a falta de la montañosa jornada que culminará en el Picón Blanco, señala sin disimulo al esloveno, Alfa y Omega de la carrera. Celebró otra victoria más. Acumula 15 triunfos de etapa en la Vuelta. 87 en su palmarés. El retorno del rey.

Ataque lejano

En la carrera española, todas son la distancias conducen a Roglic, un término que servía para definir la capacidad de remate y el punch en distancias cortas. En Moncalvillo fue un francotirador.

Apretó el gatillo desde lejos, a más de 5 kilómetros de la gloria, y ejecutó a sus rivales, que se desgajaron. No lo vieron venir, pero comprendieron que Roglic intima con la Vuelta y que sus discusiones versan sobre el podio.

Roglic, durante la subida. Efe

Mas trató de soportar el electroshock del esloveno, pero el final chisposo del esloveno dejó al mallorquín sin voz. Carapaz, siempre guerrillero, también tuvo que plegarse frente al dueño de la Vuelta. A O’Connor, que se defendió con coraje hasta los estertores, le quedó la dignidad intacta.

Esquivó a Roglic en Los Lagos en medio de la agonía, pero en Moncalvillo solo le quedó soportar la derrota. Con Roglic en pleno vuelo, la pelea por el podio se articula en apenas un minuto.

Los viñedos, el escudo de armas de La Rioja, su árbol genealógico, observaron el final de los escapados, Del Toro, Planckaert, Miholjevic y Petilli justo en el soportal de Moncalvillo, 8,6 kilómetros al 8,9% de pendiente media, donde estaba citada la alta sociedad.

En 1994, el Chava Jiménez, el escalador de las genialidades y las espantadas, un Curro Romero del ciclismo, conquistó la cima riojana por delante de Alex Zülle.

Moncalvillo, refrescaba los gratos recuerdos de Primoz Roglic, que estrenó en la Vuelta. Siempre es bonito volver a los buenos momentos. El Red Bull embistió de inmediato. Estampida. Ritmo marcial. Fila de a uno.

Aceleración del Red Bull

Los costaleros del esloveno se relevaron para desbrozar la subida, sinuosa, en sombra, el cielo azul compartiendo espacios con las nubes después de que la niebla se evaporase. Mas, Carapaz y O’Connor, el líder, fijaron sus anclajes a la espalda de Roglic. Daniel Martínez apretó a fondo.

Un velocista en la montaña. Echaba fuego. Vlasov, el hombre de hielo y Roglic le siguieron. Mas, Carapaz y O’Connor se quedaron congelados. Inmóviles. Estatuas de sal.

Roglic, nuevo líder. Efe

El ruso aceleró aún más. Elevó a hombros a Roglic, valiente y ambicioso. No quiso esperar. El esloveno, que de joven compitió en saltos de esquí aprovechó el impulso del tobogán para volar cuando restaba medio puerto aún. Carapaz, inconformista, se agitó. Después aleteó Mas, que resquebrajó al ecuatoriano y al líder. Era demasiado tarde.

Roglic emprendió una cronoescalada. Hierático, los hombros danzando al compás de sus pedales, sólido, profundo, fue apedreando con segundos a sus rivales a medida que lijaba el puerto, que escondía rampas duras. La brecha subía por encima del medio minuto con Mas y merodeaba el minuto con Carapaz y O’Connor.

Una cronoescalada

Conocedor de los vericuetos del puerto, el esloveno reservó un punto de energía para rematar la carrera y observar su latifundios desde la torre más alta. Dejó el champán a enfriar en tierra de vinos. La mejor cosecha fue la suya. En la cima, donde el sol bañaba al esloveno con una sonrisa, Mas, doliente, vio cómo le superaban Gaudu y Skjelmose.

El mallorquín concedió casi un minuto en la cumbre respecto al esloveno. Carapaz, el gesto del esfuerzo en el rostro, la nariz chata del boxeo contra las rampas, se dejó un minuto.

O’Connor, el maillot abierto, buscando aire y paz, el rostro deshilachado, entregó 1:49 en Moncalvillo, tierra conquistada para el esloveno. Mikel Landa encontró paz después de un a jornada de luto. Fue quinto.

Regresó Roglic a 2020, donde también saludó la montaña con una victoria. El esloveno peleó entonces con Carapaz por el gobierno de la carrera. En la Vuelta de la pandemia, la que se disputó en otoño, esperó el esloveno su distancia para zarandear a Carapaz en un duelo íntimo, sin caretas.

Se atacaron ambos y se miraron hasta lo más profundo, intentado adivinar qué pensaba el otro. Un diálogo a espasmos de mímica y ambición sin maquillaje.

Carapaz subía con la mandíbula prieta y los ojos escondidos en las gafas de sol. Roglic, con la pose felina y la mirada al horizonte. Esta vez, el esloveno no tuvo a nadie a quién observar ni vigilar. Arrancó el retrovisor. Mirada al frente. Era un baile con la carrera. Mesa para dos. Ofreció su mejor versión.

La versión de Landa

Al mediodía, el ánimo más relajado, la herida en proceso de cicatrización, Mikel Landa rememoró el mal día, el óxido de sus piernas en La Herrera, y la pésima gestión de su equipo para tratar de taponar la herida que le dejó malherido.

No aplicaron el torniquete a tiempo, entre errores de la cadena de mando y las malas comunicaciones en la era de la inteligencia artificial y la hipertecnologización.

Las voces de rescate se extraviaron entre vericuetos y montañas. Se perdió la señal y surgió la incomunicación. El desastre. Todos esos factores y la ferocidad de Carapaz apalearon las expectativas de Landa, que perdió 3:20 y el podio.

“No me encontré bien y a partir de ahí, todo lo que podía salir mal salió mal. No estábamos preparados para esa situación. Luego falló la cobertura. Me da mucha rabia, mucha pena y, aunque sea más viejo, tengo las mismas ganas de quemar todo. No ha sido una noche fácil", resumió el de Murgia antes de anudarse el entusiasmo hacia el Alto de Moncalvillo, cumbre del día y penúltimo test de montaña de la Vuelta.

En ese escenario emergió la figura del esloveno, escultórico, varios cuerpos por encima del resto, que solo pudieron observar su vuelo a la cumbre riojana y a la cima de la Vuelta. Roglic se queda a solas.