Empecemos señalando que los promotores del proyecto de Ley de Amnistía que conocimos ayer podrían haber hecho las cosas un poco mejor.
No hablo, por supuesto, de lo consignado en los 23 folios apretaditos que ocupa la iniciativa, que para eso tenemos sabias y sabios juristas, sino de las formas. Habría sido bien fácil seguir la coreografía habitual: foto de los firmantes a la entrada o salida del registro del Congreso mostrando el pie del documento con las rúbricas correspondientes y posterior explicación de la ley.
En lugar de eso, se ha optado por la filtración –juraría yo que con 24 horas o más de antelación– del texto a terminales mediáticas señaladas. Así, la gran noticia nos ha venido ya convenientemente masticada, de modo que cada quien pueda seguir opinando lo que opinaba antes de conocer los pormenores. Una cuestión de semejante seriedad no merece un trato tan frívolo.
Crece el incendio dialéctico
En cuanto al contenido, ya les digo que un profano poco puede aportar. Tan solo que se nota el esfuerzo justificatorio hasta el último decimal. Por lo menos, un tercio del escrito se dedica a enumerar quintales de antecedentes y preceptos constitucionales.
Y en cuanto a la miga, a las disposiciones concretas que se pondrán en práctica cuando entre en vigor la ley, tampoco hay nada que pueda provocar tremendos rasgados de vestiduras, si se tiene en cuenta lo fundamental: estamos hablando de una ley de amnistía y no de un reglamento para el uso de los patios de luces. Una norma así tiene que entrar en terreno muy resbaladizo.
En todo caso, como ya anotaba, el texto concreto es lo de menos. Las posturas ya estaban tomadas de antemano. Y desgraciadamente, por parte de quienes están en contra, también estaba decidido que la oposición se va a seguir manifestando elevando el tono de los discursos rondando el guerracivilismo sin matices. Ayer mismo escuchamos a un dirigente del PP que Sánchez debería irse del país en un maletero. Como precedente, Ayuso no deja de hablar de dictadura, empatando en lenguaje incendiario con Abascal, que quiere mandar a la cárcel al presidente español. Se les ha ido de las manos.