Vuelta a Lizarra - En esta misma página, y no sin vencer una pereza infinita, les glosé ayer algunas de las hiperventiladas reacciones ultramontanas a la propuesta del lehendakari para tratar de resolver el tiberio territorial sin necesidad de reformar la Constitución española. La inmensa mayoría eran un puro estrambote que nos retrotraía a los oscuros tiempos del abrazo del Kursaal entre Mayor Oreja y Redondo Terreros y, un poco más adelante, la visceral ofensiva despelotada contra lo que bautizaron como Plan Ibarretxe. Y todo hace indicar que no hemos avanzado una migaja. Esa misma denominación, cambiando el apellido, está haciendo fortuna entre las plumas y las gargantas más cenutrias del unionismo hispanistaní desorejado. “Urkullu comunica a Sánchez: un nuevo ‘plan Ibarretxe’ para el País Vasco”, bramaba ayer mismo el titular del chiringuito digital de Pedro J. Ramírez, de nombre nada casual El Español. 

Haraganería intelectual- Semejante enunciando es una ensalada de tocino, velocidad, desconocimiento supino de la política (igual de la vasca que de la española) y de haraganería mental. Hay que ser muy parvo y, de paso, muy malintencionado para pretender relacionar con la investidura la reflexión en voz alta de Iñigo Urkullu. A Iñigo Urkullu jamás se le ocurriría meterse en una camisa de once varas que sabe que no le compete. Lo que haya de negociar o dejar de negociar el PNV de cara a aupar a uno u otro candidato a la presidencia del gobierno español -o a Sánchez, por citar al único que tiene posibilidades reales de recibir el apoyo de los jeltzales- es algo que se dilucidará en Sabin Etxea y no en Ajuria Enea. Eso debería saberlo hasta el menos versado en el funcionamiento del partido que gobierna en las principales instituciones de la demarcación autonómica. Claro que, en un nivel de gandulismo intelectual mayor, ha habido quien ha vendido que el documento que publicó Urkullu en El País el pasado jueves respondía -hay que joderse- a su conversación telefónica de cortesía con Feijóo. 

Más simple -Pues no. Todo es mucmás simple. Como ha explicado hasta el último decimal en estos diarios mi compañera Miriam Vázquez, esto no va de un calentón ni una ocurrencia del lehendakari. Tiene amplios precedentes en otras propuestas y se basa en experiencias que ya se han probado en países como Alemania, Canadá o Irlanda. Lo avalan constitucionalistas nada sospechosos. Se trata, sin más y sin menos, de demostrar, previo consenso, que la llamada Carta Magna no solo no niega sino que reconoce la plrinacionalidad del Estado español.