Ya dije ayer que es muy matizable que Sánchez esté en manos de Junts o, personalizando, en las de su líder, Carles Puigdemont. Más que nada, porque sin los votos de PNV, EH Bildu o la propia ERC, los de la formación del president expatriado no valdrían nada. Pero, como quiera que son los sucesores de Convergencia —quién lo hubiera dicho en la época del autonomismo con visión de estado de, por ejemplo, Miquel Roca— los que están en los titulares y los que, antes de que nadie les preguntara, han puesto el bloqueo sobre la mesa, construyo esta columna a partir de esa viga maestra.
De entrada, sonrío ante las exigencias de la amnistía y la convocatoria de una consulta solo para empezar a hablar. Es una sonrisa, ojo, de esas que tienen muchos boletos para quedarse heladas al comprobar que el envite iba completamente en serio y, efectivamente, los del logo blanco sobre fondo verde son perfectamente capaces de provocar la repetición electoral. Desde la misma fuga de su figura de referencia, tienen sobradamente demostrado que lo suyo va de confrontar y no de dialogar. Supongo que, sobre todo, para distinguirse de su auténtico enemigo (que no rival) Esquerra, que, desde la segunda investidura de Sánchez, ha preferido pactar antes que ir al choque de trenes. Y la cosa es que a los de Junqueras no les ha ido mal en cuanto a logros para su país, aunque sí a la hora de contar sus votos. En los dos últimos comicios, la bofetada ha sido de escándalo. Claro que a Junts tampoco le ha ido mejor. Entre las dos fuerzas soberanistas han sumado 14 escaños, frente a los 19 del PSC. ¿Nadie va a sacar conclusiones?