Tres estados de la Unión Europea (UE) celebraron el domingo elecciones en las que las derechas populistas aspiraba a un crecimiento capaz de situarlas a las puertas del gobierno. Ni en Polonia, ni en Rumanía ni en Portugal los resultados dan para ello pero el riesgo de que dejen un poso de engañosa tranquilidad merece una reflexión. Los citados son tres casos diferentes pero con el denominador común de una creciente extrema derecha capaz de concitar el respaldo de votantes de los niveles más populares y juveniles de la sociedad. El caso rumano era significativo por el vínculo nada oculto del candidato populista Giorgio Simion con los intereses de Rusia en la región.
Su derrota es la victoria de la adhesión a los principios democráticos y al mercado de la UE, claramente en cuestión. El caso polaco es más complicado en tanto el pulso está por resolver, la ventaja del candidato liberal sobre el conservador en primera vuelta es de apenas dos puntos, las espadas siguen en lo alto y el populismo ultranacional profundamente conservador venía gobernando desde 2015 a 2023, cuando fue relegado, pero sigue siendo la principal alternativa de gobierno. Por último, Portugal ha celebrado elecciones legislativas que han ratificado a la coalición conservadora liderada por Montenegro pero reproduce una atomización del voto que le impide gobernar en solitario.
El desplome del socialismo portugués propicia no ya una alternancia que era latente, sino un escenario mucho más complicado, en el que el nuevo gobierno deberá volver a actuar en minoría o aceptar el apoyo de la ultraderecha, tercera fuerza política casi empatada con los socialistas. Las cifras absolutas dejan a la ultraderecha europea aparentemente contenida, pero claramente fortalecida. Más allá de resultados específicos, el fenómeno innegable y preocupante es que la agenda de la ultraderecha, desigualitaria en materia de género, origen y moral civil, se ha normalizado sin someterse al tamiz de los principios democráticos y el derecho. Está en disposición de ejercer de alternativa política ante el desgaste de gobernar de los partidos tradicionales y de influir en estos mediante acuerdos que absorban una parte de su ideario. No es un fenómeno externo, puesto que en el Estado español viene sucediendo entre PP y Vox, pero es grave que se consolide.