El candidato del PP a la alcaldía de Zumarraga se llama Jon Echevarría y tiene 18 años. Hasta ahí, sinceramente, no tengo nada que objetar. De hecho, y al contrario que los tuiteros de gatillo fácil que se están cebando con el joven, no creo que la edad sea un motivo de ataque político. Ni por abajo ni por arriba, que tenemos bien reciente el caso del candidato de Vox a la moción de censura, Ramón Tamames, a quienes buena parte de esos seres beatíficos que luego nos cantan las mañanas con el edadismo pusieron a caldo por viejo y no por facha. En el caso que nos ocupa, los primeros santurrones que han salido a atizar mandobles al cabeza de lista casi alevín se han amparado en su cara de niño y en su escaso bagaje vital. En realidad, lo que le reprochan es su militancia en un partido español y de derechas o de derechas y español, no sé cuál es el orden.
Ni de lejos será esa mi crítica al paso adelante de Jon. Como todos los que tuvimos más pelos y más granos que hoy, tiene todo el derecho a pensar lo que piensa, esté o no equivocado, que eso solo el tiempo se lo dirá. Lo que me disgusta es que la elección de sus mayores no haya obedecido al deseo de mostrar que en este terruño ha habido una renovación generacional en lo que puede representar un legítimo conservadurismo españolista. La prueba está en el documento audiovisual más conocido sobre el chaval, donde apenas es un figurante. En el vídeo ampliamente difundido, Jon Echevarría se limita a caminar asintiendo junto al número dos del PP español, Elías Bendodo, farfullando con vomitiva nostalgia el rancio discurso que tira de ETA como eterno comodín.