ME alegra leer y escuchar que las patronales de la enseñanza concertada vasca y el Departamento de Educación han encontrado el modo de rebajar la tensión después del encontronazo a cuenta del reparto de plazas para alumnado vulnerable. El tono de estos últimos días es el adecuado para tratar de encontrar la mejor solución a una cuestión tan endiabladamente delicada pero, al mismo tiempo, troncal para conseguir un objetivo irrenunciable. Se trata de terminar con la evidente segregación o, expresado en positivo, de equilibrar el esfuerzo de todos los centros que reciben dinero público en la escolarización de los alumnos, más allá de sus circunstancias económicas y familiares y, desde luego, de sus orígenes.
Salta a la vista que vamos con retraso. Hay muchas inercias que corregir. También muchas resistencias, porque, no nos engañemos, cuando entran en juego los aspectos étnicos, la demagogia de doble carril embarra el campo. Mucho ojo con alimentar esos fuegos cruzados que galopan por los grupos de guasap y las redes sociales. Es necesario debatir con decimales, con una discreción que no implique ocultismo pero tampoco la permanente exposición pública de un asunto tan sensible. Cuando saltó el primer chispazo, pudimos comprobar que hay intereses políticos, mediáticos, sindicales, económicos y de otras índoles que -incluso por motivos contrapuestos- no van a dudar en poner palos en las ruedas para que este intento fracase. Unos, porque ven en riesgo su cómoda situación. Otros, porque viven del ruido, la pesca en el río revuelto y el “cuanto peor, mejor”. Es vital que no se salgan con la suya.