A veces, la política nos depara estos momentos en que lo personal trasciende a lo partidista. Como soy un blandengue incurable, me emocioné ayer ante la ovación cerrada (o casi, porque de los recalcitrantes no cabe esperar nada) tras las últimas palabras en el atril del Parlamento Vasco del jeltzale Luis Javier Telleria. Diez años había estado en la cámara el orgulloso antzuolarra, a sumar a los otros treinta y pico dedicados a la agridulce representación de la ciudadanía. No sé si por causalidad o casualidad, su intervención postrera fue sobre una proposición no de ley que tenía como objeto impulsar políticas de prevención secundaria cardiovascular. Nadie mejor que él, superviviente de un patatazo que casi lo llevó al otro barrio hace unos meses, para sentar cátedra sobre el asunto. Dada su filiación ideológica, cantó las excelencias del organismo público de salud que le salvó el pellejo. Pero no sé si fue mi mal oído o su proverbial capacidad para el sarcasmo lo que me hizo dudar de si había dicho “sistema puntero” o “sistema puñetero”.
Tanto da. Le cuadra lo uno y lo otro a alguien por quien siento un gran cariño y con el que comparto militancia no en el partido en que ustedes están pensando, sino en la cofradía de los que somos acusados eternamente de equidistantes y, de propina, tenemos los vicios de la ironía, el descreimiento y la enfermiza querencia por hacer buenas migas con aquellos y aquellas que no profesan nuestro credo. Qué gol por toda la escuadra, Luisja, cortarse la coleta en el pleno en que se llegaron a acuerdos sobre el derecho a decidir, la república y las federaciones deportivas. Enorme.