Durante años hemos jugado deliberadamente con la ambigüedad. Traducíamos “Etxera” en su acepción más amplia, de modo que pudiera ser una simple alusión al acercamiento de los presos de ETA a cárceles vascas. Como tampoco nos chupábamos el dedo, todos teníamos claro que quienes habían hecho suyo el lema lo aplicaban en su sentido literal. El final de la insostenible política de dispersión ha terminado con los sobreentendidos, los equívocos y las trampas al solitario. Un minuto después de que se consumaran los últimos traslados de reclusos de la banda a prisiones del terruño, los portavoces habituales dejaron muy claro que “A casa” quiere decir, en realidad, amnistía.

Sí, porque ya no hablamos de cumplimiento de la legalidad penitenciaria ni del fin de la excepcionalidad. Pura y simplemente, se reclama la excarcelación incondicional de todos los presos independientemente de los años de condena por cumplir –que, en varios casos, son muchos– y, desde luego, olvidando el número y la gravedad de sus crímenes. Incluso, archivando las causas en proceso y reclamando la no apertura de las que puedan darse en el futuro. Y, por supuesto, sin que quepa solicitar una reflexión ética, el reconocimiento del daño causado y, todavía menos, la colaboración para esclarecer los tres centenares de asesinatos cuya autoría se desconoce. En resumen, lo que está sobre la mesa es la impunidad total. Si no fuera tan trágico, tendría su gracia que esta exigencia de olvido tenga como principales avalistas a las mismas personas que no dejan de llevar la memoria en la boca. Memoria selectiva, claro.