Entre tanto estercolero político, operaciones financieras a dentelladas o, lo más doloroso, matanzas diarias de decenas de civiles indefensos, resulta todo un regalo para el espíritu (creo que nunca mejor dicho) variar la dieta informativa con el loco psicodrama de las monjas cismáticas de Orduña y Belorado y su supercalifragilístico líder, el tal Don Pablo. Menudo gachó, el señorito andaluz de luengo patrimonio y émulo de Mortadelo en la pasión por los disfraces que se montó en Bilbao un Xanadú casposo a su mayor gloria. Y sí, muchos chistes con su bonete, sus sotanas de cien botones o su doméstica con cofia que lo mismo le sirve el café que le ahueca los cojines de su cama, pero el fulano fue capaz de procurarse una corte (o más bien, cohorte) que ha hecho realidad sus fantasías megalómanas, incluida la de tratarlo más que como obispo, como papa.
Para nota, dentro del alucinógeno séquito, el tal Don José, antes conocido como el coctelero Fran por los amantes de las libaciones exóticas en la capital vizcaína. Dice haberse convertido medio por casualidad en portavoz de las sores heréticas. “Empecé a responder a los medios, y ya ves”, contaba ayer en una de las mil entrevistas que se le han hecho, antes de presumir de “tener formación de cura”, con las carreras de Teología, Filosofía y Filología hispánica, ahí queda eso. Con todo, las inigualables protagonistas de este sainete bufo entre Berlanga, Almodóvar y los Javis son las hermanas reposteras que, después de haber sido dóciles ovejas del rebaño vaticano se han caído del caballo, como San Pablo pero a la inversa, para descubrir que la fe verdadera no es la de los “usurpadores” Francisco y sus antecesores hasta Pío XII sino la de un aventado vietnamita al que, seguro, ni conocían hasta la semana pasada. Claro que, entre las risas por lo chusco de lo sucedido, ustedes y yo sabemos que esto no va de fe sino de operaciones inmobiliarias.