Esperaba entre poco y nada de la negociación presupuestaria vasca y, por una vez, los hechos me han dado la razón. Sin ningún mérito, eso también lo digo. No hacía falta ser el más fino de los profetas para vaticinar que Elkarrekin Podemos se borraría a las primeras (bueno, a las segundas) de cambio por su necesidad perentoria de marcar paquete de izquierdas en un contexto en que todo hace indicar que va cuesta abajo en la rodada. Y me malicio que ni aun así la formación rojimorada va a evitar el tortazo en las forales y locales. Al mal rollito en el conjunto del estado entre la formación nodriza y la supernova Yolanda Díaz, en Euskadi se une el hecho de que los votantes de izquierdas -que los hay, y no son pocos- se desencantan con la misma celeridad que se emocionan. En cuanto al desmarque de EH Bildu, como ya escribí aquí mismo, era otro fijo en la quiniela. Ni ofreciéndoles tres veces lo que exigían, habría conseguido el consejero Azpiazu el aval de los soberanistas. Cuando lo que se juega es la hegemonía, no hay acuerdo posible en lo económico. Menos, si luego va a venir el tío ELA a soltarte unas collejas por someterte al neoliberalismo opresor.
Si por la siniestra no he visto nada que se escapara del guion previsto, confieso que sí me ha llamado la atención lo que ha durado en el baile el grupúsculo parlamentario PP-Ciudadanos. Con enorme mérito, los del resistente Iturgaiz han sido capaces de vender la ficción de un acuerdo posible hasta que, el mismo día en que vencía el plazo de las enmiendas a la totalidad, le chivaron a Vocento que presentarían la suya. Pues menos mal que fue así.