Ninguna novedad - De nuevo, causa sorpresa lo ya suficientemente conocido. Resulta que las Cortes españolas no son la casa de la palabra respetuosa, sino la del exabrupto y el insulto grosero. Tiene mucho de enternecedor y revelador que la gran noticia de los pasados jueves y viernes fuera que una diputada de Vox que atiende por Carla Toscano espetara a la ministra de Igualdad, Irene Montero, que todo su mérito consistía en "haber estudiado en profundidad a Pablo Iglesias". Una mezquindad del quince, nadie lo niega, pero nada excepcional. Desde esas tribunas y esos escaños se han soltado igual de gordas o más en incontables ocasiones. Pueden atestiguarlo las y los representantes abertzales, no de ahora, sino de todos los tiempos. Me contaba una de ellas, a la que le tocó dar la cara en la carrera de San Jerónimo en los tiempos de Lizarra, que cuando se dirigía a la tribuna, desde la entonces bancada constitucionalista -PP y PSOE- lo más suave que le decían eran puta y zorra. Eso, por lo bajini. En voz alta y para el diario de sesiones, se le atribuía tan ricamente la condición de filoetarra.
Gana la que insulta - Insisto en la gravedad del regüeldo de la culiparlante abascálida contra la ministra Montero. Pero no estoy convencido de que tenga que abrir los noticiarios cuando, en el mismo Congreso en que soltó la demasía machirula, se estaba procediendo a aprobar los Presupuestos Generales del Estado, varios impuestos especiales y, de propina, el primer paso para reformar el delito de sedición. Por lo demás, el gran escándalo se quedó, como tantas veces, en una sucesión de declaraciones reprobatorias que, a efectos prácticos, no pasaron de fuegos de artificio. Y si todo hubiera sido solo eso, ni tan mal. Pero si somos sinceros en la evaluación del episodio, veremos que quien más beneficio ha obtenido ha sido, no tan paradójicamente como podría parecer, la formación de la energúmena.
No es casualidad - Denle media vuelta. Este incidente no le hace ni gota de daño a Vox. Al contrario, le reconecta con no pocos individuos que tienen a la ministra de Igualdad como gran objeto de desprecio y, medio paso adelante, de odio. Después de varias semanas acumulando noticias que parecían hablar de la caída en barrena de la formación ultramontana -la espantada de Olona, las bajas en masa, la purga de Ortega Smith y sus secuaces-, el partido del caudillín de Amurrio vuelve al primer plano. Que hablen de mí, aunque sea mal. Claro que aquí nadie es inocente. Si desde las formaciones autotituladas "de progreso" se contribuye a ello, no es precisamente por casualidad.