- Por supuesto, yo también llevé en el pecho de la cazadora vaquera y en mi carpeta del bachillerato una pegatina en la que se leía “OTAN No, bases fuera”. Seis meses después de cumplir los 18 años, ya en el primer curso universitario, me bauticé en las urnas con un (inútil) voto negativo en aquel referéndum tramposuelo de marzo de 1986. Tengo muy fresco el recuerdo de la víspera, cuando Iñaki Gabilondo y José María García echaron el resto frente a sus respectivos potentes altavoces para que el populacho depositara la papeleta correcta; no sé si el converso Felipe González les llegó a pagar el favor ni cómo. Casi cuatro decenios más tarde, miro atrás sin ira ni vergüenza. Como tantos ilusos bienintencionados, hice lo que me pedía mi conciencia.

- De aquellos lejanos días conservo un gran antipatía a la alianza atlántica. Es una inquina en parte visceral, pero también está apoyada en hechos perfectamente documentados, como su papel en los Balcanes, la primera guerra del Golfo, la segunda o Afganistán. Desde luego, en mi mundo ideal no habría lugar para una organización así. En el ideal, recalco. Pero vivimos en uno real, y he madurado lo suficiente como para tener claro que los deseos se dan de morros con las circunstancias contantes y sonantes. Por supuesto que nadie me pillará festejando el cuadragésimo aniversario del ingreso de España en el siniestro club, pero tampoco me cogerán descendiendo por el facilón tobogán demagógico que culpa a la OTAN de todos los males, empezando por las masacres que está cometiendo Rusia sobre la población ucraniana.

- A punto de cumplirse cien días del comienzo de la invasión -esa que los castos y puros aseguraban que jamás ocurriría-, ha quedado suficientemente demostrado que el único responsable de los actos criminales es el imperialismo expansionista ruso. Y si hay que ponerle nombre propio, tampoco es preciso ser un genio de las relaciones internacionales, la geopolítica ni la psiquiatría para saber que ese criminal se llama Vladímir Putin. No caben paños calientes, mentirijillas ni excusas de todo a cien. Desde el final del Pacto de Varsovia por el derrumbamiento del eje soviético, la OTAN no ha mancillado ni un milímetro de la integridad territorial rusa. No está en sus planes hacerlo simplemente porque ni le sale a cuenta ni lo necesita. Otra cosa es que como excusa funcione de cine a quienes por vaya usted a saber qué fascinación nostálgica estén convencidos de que hay que pisotear a los ucranianos por aspirar a mantener su soberanía. l