- El entrecomillado que encabeza estas líneas es la cita literal de uno de los varios editoriales cortesanos que ayer celebraban que el emérito se vaya a ir de rositas. El amanuense borbonesco en cuestión tenía el cuajo de acusar a la justicia española de haberse ensañado con la figura de su ídolo y de haberlo tratado “como al peor de los delincuentes”. Ni siquiera hay que ser un antimonárquico del copón para tener claro que ha sido exactamente al contrario. Ya quisieran la inmensa mayoría de los delincuentes, o incluso de las personas que no lo son, recibir la quinta parte de exquisito mimo que han regalado las instancias judiciales al desterrado en Abu Dhabi. Cualquiera con una colección de pufos semejante habría acabado entre rejas. Puesto que ni fue ni va a ser el caso, por lo menos, seamos conscientes de la verdad.

- Y la verdad, frente a lo que están cacareando los cobistas del campechano, no es que se haya demostrado que no cometió las graves irregularidades por las que se le investigaba. De hecho, es exactamente lo contrario. La fiscalía deja fe de delitos fiscales, de blanqueo y de cohecho. Lo que ocurre es que el caballito blanco se libra porque han prescrito, han sido objeto de regularización (¡previo aviso para que lo hiciera!) o, lo más sangrante de todo, están cubiertos por el blindaje de su inviolabilidad. Así que de “comportamiento irreprochable”, como se engolfaba ayer el columnero y expolítico Juan Carlos Girauta, nada de nada. Simplemente, la legislación actual actúa de coraza infranqueable. Es así cómo, solo por citar uno de los escandalosos pufos, se da por totalmente regular la recepción de un regalo de 65 millones de euros de un sátrapa saudí y su posterior donación a la entonces amante del fulano.

- Como ya imaginan, el siguiente capítulo de esta impúdica operación de fregoteo de la imagen del rey viejo consiste en devolverlo del extrañamiento. El archivo de la causa ha intensificado la Operación Retorno que ya estaba en marcha. Ahora, con el añadido de que se reclaman actos públicos de desagravio, la residencia en el palacio de la Zarzuela y la asignación de pasta y personal subalterno que gozó antes de que tuviera que salir a toda pastilla hacia los Emiratos. Si lo miran bien, al final sí ha habido algo de justicia poética porque ahora el trago es para el actual titular de la corona. Fue él, Felipe VI, su hijo, carne de su propia carne, el que lo despachó al Golfo. Su regreso va a ser fuente de quebraderos de cabeza. Se lo ha ganado a pulso.