- El ultramonte diestro está pilongo. Con euforia desbordante, festeja a los cuatro vientos el felicísimo final de la convención itinerante -"circo trashumante", en palabras de Jiménez Losantos- del Partido Popular. Después de la sucesión de patinazos (invitación a corruptos conspicuos como Sarkozy, bocachancladas facciosas como las de Vargas Llosa), la cosa terminó con la plaza de toros de Valencia abarrotá, como decían aquellos cómicos de los 80, y la unción de Pablo Casado Blanco como caudillo único de una formación lanzada al desalojo del social-comunismo separatista que mora en Moncloa. "El triunfo del casadismo", aplaudía con las orejas una de las plumas más distinguidas de derecha mediática, salivando ante la inminente deposición de Pedro Sánchez. ¿Seguro que va a ser tan fácil?
- Antes de responder a la pregunta anterior, hagamos flashback hasta el momento verdaderamente crucial de los ejercicios espirituales peperos. Se registró el sábado, cuando Isabel Díaz Ayuso, recibida con vítores de "¡presidenta, presidenta!", perdonó la vida a Casado. La emperatriz de la Puerta del Sol podría haberse presentado con ganas de guerra, pero optó por hacerse un lado con una sonrisa y proclamar que su sitio estaba en Madrid y que no pensaba pugnar por el liderazgo. El mensaje quedó claro: te doy mi bendición delante de todo el mundo para que seas la cabeza de cartel, así soy yo de magnánima. Y como apostilla que no hace falta pronunciar: todos sabemos que esto no ha acabado.
- Tan no se ha acabado, que por de pronto, el mensaje del coleccionista de másteres de pega que tanto ha enardecido a las huestes cavernarias ha sido el más duro de los posibles. Ayusismo mondo y lirondo. Recentralización, rapto de transferencias recién devueltas, la promesa de ponerle un cepo a Puigdemont y llevarlo a una mazmorra hispana, demagogia xenófoba y, en fin, toda la cacharrería ideológica que vende Vox. Una vez más, el viaje al centro del PP es, en realidad, al extremo centro. La determinación ha sido disputar el voto de los abascálidos, lo cual no deja de ser una apuesta aritméticamente muy arriesgada. No hay una sola encuesta, ni las de los institutos demoscópicos más entusiastas, que no señale que las posibilidades del PP de llegar a Moncloa pasan inevitablemente por el apoyo de Vox. Eso, sin contar que la fuerza de ultraderecha sigue siendo a día de hoy el sostén fundamental de los gobiernos de Andalucía, Madrid, Murcia y Castilla y León. Todavía nos queda espectáculo.