La escena debió ser de ver. Como son así ellos, cinco de los viejillos habituales de nuestro amado templo del cortado mañanero quedaron el domingo por la mañana para echarse unas risas a cuenta de los aneuronales que se reunieron en la plaza de la Provincia. Pero la cosa se torció y debieron de terminar todos ellos en la Herre agazapados detrás del único abuelete que llevaba bastón, creyendo que el instrumento, cual sable láser de los Jedi, podía actuar de elemento disuasorio ante la kalejira montada. En estos días nos han contado como unas 20.000 veces la misma historia, solo que cada vez han ido sumando detalles sobre cuya veracidad empezamos a dudar seriamente. En la última versión, vieron como los participantes en la cosa se tiraban un mueble bar, un par de mesas de comedor y lo que han descrito como una mezcla de patinete y bicicleta. Nuestro escanciador de café y otras sustancias está aguantando estoicamente cada chapa de los aitites. Lo que no termina de ver tan claro es que cada vez que él ha querido montar más terraza o su becario –vamos, el hijo– ha pretendido hacer un concierto en la calle, se han encontrado con mil y un impedimentos de las instituciones. Sin embargo, parece que otros, para montar sus shows ultras, tienen barra libre.