- Habló el ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, José Luis Escrivá, y subió el pan. “En España hace falta un cambio cultural para trabajar más entre los 55 y los 75 años”, le regaló un titular redondo al diario catalán Ara el pasado domingo. La lluvia de palos cosechados le llevó, como ya es costumbre inveterada, a desdecirse menos de 24 horas después. “España tiene una edad de jubilación adecuada, que no requiere modificación”, aseguró en Twitter, dando la cuestión por zanjada. Y así podría haber sido, efectivamente, si él mismo, amante de pisar charcos y volver a pisarlos, no hubiera insistido en la matraca en otra entrevista: “El problema de la esperanza de vida se soluciona trabajando más”, sentenció, antes de volver a autoenmendarse la plana reiterando que no era necesario aumentar el tope de edad establecido actualmente. En resumen, ni sí, ni no, ni todo lo contrario.
- La yenka dialéctica de Escrivá nos muestra, aparte de una personalidad difusa y confusa, un problema de fondo que hasta ahora los diferentes gobiernos no han querido abordar. Más allá de la torpeza del ministro al plantear la cuestión, sí parece evidente que hay que darle una vuelta a ciertas realidades. La primera, y pese a que últimamente se ha frenado un tanto con diferentes medidas, es que hay empresas que han abusado de las jubilaciones anticipadas. Como es público y notorio, en algunos sectores se ha llegado a lo obsceno, sacando del mercado laboral a personas recién pasada la cincuentena y en plenitud de facultades para seguir desempeñando su trabajo. Y en muchos casos, ni siquiera ha sido para refrescar las plantillas con la contratación de jóvenes. Se trataba simple y llanamente de amortizar plazas.
- Endurecer las condiciones para esos retiros precoces me parece algo muy pero que muy pertinente. Por lo demás, lo diga Escrivá o su porquero, está el hecho cierto de que hay profesiones que hoy en día se pueden seguir ejerciendo en condiciones idóneas bastante más allá de los 67 años. No veo inconveniente en facilitar la prolongación de la vida laboral en esas situaciones, siempre que sea voluntariamente. En todo caso, seguiría sin ser suficiente para resolver el problema nuclear de las pensiones, que no es otro que el de la sostenibilidad del sistema tal y como está planteado actualmente. Y ahí no cabe otra solución que cambiar la financiación. Puesto que con las cotizaciones de los trabajadores en activo no llegamos, es preciso cubrir el resto con impuestos.