ara tiene 35 años, vive en casa de sus padres en el barrio de Amara de Donostia y, tras dejar atrás una mala racha laboral, quiere independizarse. El salto no es nada fácil en una ciudad que ostenta el dudoso honor de liderar los rankings de las viviendas más caras año tras año. La capital gipuzkoana tiene 182.000 habitantes y unos 90.000 inmuebles, de los cuales al menos 4.000 están vacíos. Esos son los números en San Sebastián. Tras echar un vistazo al mercado de alquiler, las opciones de Sara se reducen a dos: buscarse la vida en la provincia, donde los precios se moderan muy levemente y tendría serios problemas para llegar a fin de mes o, la opción más plausible, compartir piso con gente desconocida. Se decanta por la segunda vía después de haber conocido la experiencia positiva de un amigo, Álvaro, que vive en la calle de la Salud en la trasera de la plaza Easo con otro chico a quien no conocía de nada. Por una segunda planta de dos habitaciones y un baño compartido, ambos abonan 800 euros al mes, una cifra a la que hay que sumar los gastos de luz, agua, Internet... Continúa siendo un dineral, pero al menos asumen el coste a medias.

Se esperaba que la pandemia aplacase la subida de los precios, pero no ha sido así. Donostia actúa como una isla, inmune a las coyunturas económicas y la crisis del COVID. En las cerca de las 400 viviendas que oferta Idealista en Donostia en estos momentos, de una punta de la ciudad a otra, las diferencias son más pequeñas de lo que cabrían esperarse. En la calle Juan Carlos Guerra del barrio de Bidebieta, por ejemplo, en la periferia de la ciudad, una zona humilde de tradición obrera y elevada migración, un piso de 60 metros cuadrados sin amueblar y con una sola habitación también ronda los 800 euros. Es la tónica habitual. Pero Sara -nombre ficticio, aunque su historia no lo es- planea independizarse y está dispuesta a compartir piso. Las cuentas para irse sola no le salen. Ocurre algo parecido en otras ciudades vascas como como Vitoria-Gasteiz, Bilbao o Pamplona: los precios aguantan con fuerza las crisis, tampoco es que se hayan desplomado.

En un estudio de finales de 2020 hecho por Idealista, el retrato robot de la persona que se anima a compartir piso es el siguiente: un joven de unos 30 años al que le gustaría vivir en el centro, que no fuma y no tiene mascota. Normalmente, en la búsqueda no se hace una distinción dependiendo del género; se imponen claramente los grupos mixtos de chico-chica. “En la mayoría de los pisos compartidos conviven hombres y mujeres (71%), mientras que el 24,9% sólo tiene habitantes femeninas y el 4,1% solo compañeros masculinos”, se detalla en el informe.

Sea cual sea la decisión final, desde Tecnocasa, otra empresa dedicada al sector inmobiliario, avisan de que es fundamental firmar antes un contrato por escrito del alquiler. En el caso de que sea de una habitación, recomiendan “protegerse” ante determinados problemas y conflictos, por lo que deberá “estar firmado por ambas partes y lo ideal es que incluya aspectos como la habitación exacta que ocuparás en la casa, el precio del alquiler y la forma de pago que habéis escogido”. Si se paga en efectivo, el recibo es fundamental. Y un par de detalles más a tener en cuenta: se debe fijar la duración del arrendamiento, pactada en el contrato, y, atención, “para este tipo de alquiler no tienes derecho a prórroga”. “Es conveniente poner también por escrito los servicios incluidos en el alquiler (internet, uso de cocina, baño...) y cómo se reparte el pago de las facturas y de los gastos extras que puedan surgir”, subrayan. Otros pilares básicos a la hora de mudarte con más gente tienen que ver con la convivencia. Factores como el umbral de limpieza y el ruido, la repartición de las tareas del hogar, los horarios, la decoración, la aceptación de las mascotas y las visitas esporádica de los amigos/parejas deberían ponerse encima de la mesa antes de empezar a compartir piso. Está en juego la convivencia.

Todas las fuentes consultadas coinciden en que compartir piso tiene una ventaja insuperable: el precio. Alquilar una habitación suele ser bastante más asequible que arrendar un apartamento completo. Los gastos comunes de la vivienda (agua, luz o gas) se reparten entre los compañeros de piso y se pueden afrontar las obligaciones económicas con una mayor solvencia. Según enalquiler.com, una página web que se autodefine como “especialistas en pisos de alquiler”, el precio medio en octubre de 2021 en Bilbao era de 1.084 euros.

Al repartirse la cuota mensual entre varias personas, apuntarse a la opción de compartir piso puede ser el mejor o el único plan. Desde la agencia inmobiliaria Vivires sostienen que “tres de cada diez personas que buscan compartir un piso lo hacen porque prefieren gastar el dinero en otras cosas antes que en el alquiler de un piso completo”. Y van un paso más allá: el 23% alquila una habitación “porque no quieren vivir solos” y el 30% porque se trata de una opción que “se adapta” a sus necesidades. Pero lo realmente impresionante es que “solo el 3%” decide compartir piso por estudios.

El tiempo es otro de los factores a tener en cuenta a la hora de compartir tu vida con los demás. Las tareas del hogar se distribuyen equitativamente entre los inquilinos y, dependiendo del grado de relación que se establezca entre ellos, puede ampliarse a otros ámbitos, como hacer turnos para la compra, cocinar para los demás, etc. Para que no se produzcan conflictos, conviene dejar todo claro desde el principio; hay que establecer una serie de límites y deberes, hablar con claridad y que a la hora de la verdad todos cumplan con sus labores con eficiencia y regularidad. Si estos acuerdos no se toman en serio, la relación puede verse perjudicada.

La convivencia tiene sus cosas buenas y también sus inconvenientes. Es una prueba y un reto que puede servir para aprender de los demás, respetar otras formas de vivir y madurar en el plano personal. Asimismo, es fácil que se vuelva en contra, bien por impago de una de las partes o por roces personales. ¿Cuál es el truco para no dañar la relación? Hay quienes apuestan por buscar compañeros de piso totalmente desconocidos; otros prefieren juntarse con amigos y alquilar una vivienda entre todos. En ambos casos, una buena comunicación siempre es necesaria; generar situaciones incómodas y provocar malentendidos no ayudan a mantener una buena convivencia.

Los precios de alquiler de nuestras ciudades están por las nubes, antes y después de la pandemia. En los escaparates de las agencias inmobiliarias abundan los carteles con mensajes desesperados, casi gritos de socorro, solicitando tener acceso a viviendas para poder ofrecérselo a los interesados. Mensajes como “urgen pisos para alquiler”, “por gran demanda, se necesitan pisos para alquilar” son habituales desde hace varios años. En las agencias del barrio de Gros de San Sebastián, uno de los polos del surf de la costa vasca, explicaban que la escasez se debía a la “proliferación” de los apartamentos turísticos. “Este fenómeno durará un tiempo porque da mucho beneficio económico”, argumentan. Con el bajón turístico en Euskadi debido a las restricciones de movilidad del Covid, podría pensarse que las viviendas, al fin, han salido al mercado y los precios han bajado. Nada más lejos de la realidad. La paradoja es que cada vez resulta más complicado emanciparse y que, al mismo tiempo, algunos expertos temen la activación de una nueva burbuja inmobiliaria. Los ojos se posan ahora sobre el mercado del alquiler. En palabras de la Asociación de Propietarios de Vivienda en Alquiler, cuando se reactive la economía de una vez por todas “los problemas de acceso serán iguales o superiores a los que vivimos antaño”.

Euskadi es uno de los lugares donde el precio del alquiler no parece alterarse. Idealista sorprendió a principios de año con unos datos que confirman la tendencia alcista de los precios en la Comunidad Autónoma Vasca y Navarra. En Pamplona las viviendas con un coste menor a los 750 euros han pasado del 41% al 32% del parqué total de viviendas. El portal inmobiliario ha vuelto a poner relieve que Donostia es inmune a las crisis y solo el 7% de pisos disponibles se ajustan a estas características. Así, se sitúa muy por debajo de Madrid (23%) y Barcelona (49%) convirtiéndose en la capital del Estado que cuenta con menos pisos disponibles por una cuota mensual inferior a los 750 euros. En la agencia de 967 de la calle Secundino Esnaola, también en Gros, ofertan dos inmuebles casi idénticos, uno ubicado en el barrio de Loiola, en las afueras, y otro en Pasai Antxo. En ambos casos cuestan más de 750 euros. Sobre el precio de los alquileres debatieron a principios de mayo representantes institucionales, arquitectos y miembros de la cooperativa de viviendas Abaraska en el museo San Telmo. Se volvió a hacer hincapié en el `modelo austriaco´ donde el mercado inmobiliario es vigilado muy estrechamente por el ayuntamiento de Viena. “Llevan más de 100 años construyendo vivienda pública”, recordó Juana Otxoa, presidenta del Colegio de Arquitectos de Gipuzkoa. “Es verdad que tienen 225.000 viviendas en alquiler, pero su éxito se basa en el gran apoyo público que recibe el mercado del alquiler y la construcción de vivienda social. 8 de cada 10 pisos están financiados por el sistema de vivienda pública y el 60 por ciento de la población vive en viviendas protegidas”. De esta manera los trabajadores “pueden permitirse vivir en el centro” de la ciudad. Según dijo, vivir en un piso de 80 metros cuadrados en el centro de la capital vienesa cuesta alrededor de 600 euros al mes.

“Yo ahora mismo estoy desempleada y vivo con mis aitas porque no puedo independizarme”

“Yo sigo compartiendo piso porque es insostenible vivir solo. El alquiler está por las nubes”

“Por boca a boca tienes posibilidades de encontrar un piso más barato, pero si no, te encuentras con 700 euros de alquiler al mes”