La típica pregunta filosófica de qué fue antes, si el huevo o la gallina, conviene reformularla en el caso de Iban Pérez (Eibar, 1975). Este exjugador y entrenador de baloncesto en silla de ruedas es un melómano empedernido. Su amor por el rock and roll y su faceta de DJ se ha desarrollado “en paralelo” a una carrera profesional zigzagueante que arrancó con 17 años en el Caja Bilbao y terminó de manera un tanto abrupta en un equipo de la máxima categoría de México.
A los 10 años, Iban Dolero -un apodo surgido de la unión entre su nombre de pila y la palabra bandolero-, se mudó a Donostia, donde vive actualmente con su pareja y sus dos hijas. En la adolescencia empezó a picarle el gusanillo por el rock duro gracias a un chico heavy que había en la ikastola Ekintza (“el único heavy”), quien le introdujo a los primeros AC/DC, Led Zeppelin, Aerosmith y Guns N’ Roses, entre otros.
De Bilbao a Melilla
Su periplo deportivo se ha desarrollado principalmente en la liga LEB, en el segundo nivel de competición estatal. Se ha recorrido la península de punta a punta en los equipos de Bilbao, Salamanca, Alicante, Donostia (en dos etapas distintas, una de ellas como capitán), Huelva y… Melilla. ¿Esa fue la experiencia más exótica? “Sí, es un gran sitio. Tengo un muy buen recuerdo y aún mantengo el contacto con algunos jugadores. Es una ciudad diferente, auténtica. A nivel arquitectónico resulta muy interesante. El centro lo diseñó un discípulo de Gaudí y su parte antigua es muy bonita”, explica Pérez. Por aquel entonces, a mediados de los 90, no existía la polémica valla que separa la ciudad autónoma de Marruecos, al menos no como la conocemos ahora. “Se podía pasar a pie de un lado a otro por varios puntos, apenas había vigilancia”.
Pérez guarda en su despacho de Egia distintas carpetas con recortes de prensa de su época baloncestística. En uno de ellos aparece una fotografía suya con su espigada figura, de 1,98 metros de altura, y el titular: “Iban Pérez ya está en Melilla”. La memoria retrocede más de 25 años. En la ciudad autónoma empezó también a pinchar música rock. Coge otra carpeta y la despliega sobre la mesa. En las hojas de los periódicos aparecen algunas estadísticas de los partidos de este exalero, “un tres puro, como Michael Jordan”.
En la preparación de un partido de la selección de Euskadi contra Croacia cayó lesionado gravemente y se rompió el peroné. Era junio de 2002, el principio del final de su carrera. Pérez fue operado de urgencia. Cruzó el charco para jugar en los Santos de San Luis en la Primera División de México durante seis meses, que terminaron acotándose a treinta días. “Era todo un desastre”, ríe, “en diez días de pretemporada salieron del equipo diez jugadores y dos entrenadores”.