Epidemiólogo y profesor en el Departamento de Epidemiología y Bioestadística y Salud Urbana de la Dornsife School of Public Health de la Drexel University en Filadelfia, Usama Bilal será uno de los expertos que participe en el foro Green Cities , Ciudades de Futuro. Y hace reflexiones como esta: “La red de distribución de aguas y la red de saneamiento son probablemente la intervención de salud pública más importante de la historia y son una intervención de puro urbanismo”.

Quizá pueda resultar extraño vincular la salud de la ciudadanía con el diseño del lugar en el que vive, ¿determina el entorno nuestra salud?

Muchísimo, si nos damos cuenta estamos interactuando con la ciudad todo el día y la manera en la que está diseñada o ha crecido va a determinar cómo nos relacionamos con ella. Por ejemplo, en EEUU, donde yo vivo, hay mucha gente que vive en las zonas periféricas de las ciudades, donde no hay transporte público, no hay aceras, ¿cómo se mueve la gente? En coche. Y eso supone que las personas tienen mucha menos actividad física, no caminan tanto, ni andan tanto en bicicleta, cosas que tienen un beneficio para la salud, incluso para la salud mental. Por otro lado, cuantos más coches, hay más probabilidad de accidentes de tráfico. Además, esos coches generan contaminación ambiental. Entonces, la creación de ciudades alrededor del uso del coche conlleva muchos peligros para la salud. Qué es lo contrario a todo eso, sociedades amigables para el peatón, para el ciclista, personas que no solo van en coche. Cuánta más gente va en coche, menos gente va a ir en bicicleta o caminando, porque imagínate ir en bicicleta por calles llenas de coches.

No sé si las políticas de salud pública han estado muy presentes en el diseño de nuestras ciudades... ¿Se están teniendo en cuenta?

Yo creo que se comienza a tener en cuenta. Pero la salud pública en el siglo XIX, cuando comenzó esta idea de salud pública de una manera digamos más profesional, era urbanismo, se dedicaba a diseñar alcantarillas y redes de distribución de aguas. La red de distribución de aguas y la red de saneamiento son probablemente la intervención de salud pública más importante de la historia, por encima de todo, por encima de las vacunas, y son una intervención de puro urbanismo. La suerte es que ahora nos estamos dando cuenta de que esos orígenes de la salud pública son muy importantes, que tenemos que volver a parte de esos orígenes, que tenemos que fijarnos en la manera en que nuestra ciudad está construida.

Ciudades con grandes centros comerciales en las afueras, ‘boom’ del comercio electrónico, el comercio de proximidad cada vez menos presente y tareas cotidianas que antes hacíamos a pie ahora ligadas al coche. ¿Nuestros hábitos cambian la ciudad o la ciudad cambia nuestros hábitos?

Las ciudades son un sistema complejo. Tenemos unos hábitos que están influenciados por algo, por unas políticas por ejemplo, y esos hábitos van a influenciar a esas políticas. Es un poco el huevo y la gallina, quién vino primero, el hábito o la política. Los hábitos raramente empiezan de la nada, la gente no decide de repente en los años 40 y 50, los 60 en el caso de España, empezar a comprar coches en masa.

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La sostenibilidad ha de ser transversal, no solo hablamos de medio ambiente.

Efectivamente, lo sostenible también tiene que ser sostenible socialmente. No podemos hacer sostenibilidad ambiental a costa de los derechos de las personas. Lo ambiental tiene que ir siempre en conjunción con lo social, más que nada porque quien sufre lo peor de lo ambiental es siempre quien sufre lo peor de lo social.

¿Puede determinar el barrio de la ciudad en que vivimos nuestra salud?

Nosotros solemos decir que el código postal es más importante que el código genético. Si vives en una zona que está al lado de la autopista, con ruido todo el día, con la contaminación que genera, eso tiene consecuencias respiratorias, para el corazón, para la salud mental, puede conllevar estrés... La posibilidad de tener lugares para comprar los alimentos al precio al que lo puedes pagar, el no tener que preocuparte de que te van a desahuciar porque en tu barrio las rentas han subido mucho... Todas esas cosas son nuestro día a día y si ese espacio no es bueno para tu salud, ahí vemos las diferencias en esperanza de vida. Yo lo he estudiado en Latinoamérica, donde vemos diferencias de hasta 15 años en Santiago de Chile. En Baltimore, donde yo solía vivir, había diferencias de hasta 20 años.

Las políticas de salud pública han tomado mucho protagonismo a raíz de la pandemia y, al mismo tiempo, hay sectores ciudadanos muy reacios a ellas.

No se nos tiene que olvidar que la salud pública es política. Y hay ciertas orientaciones políticas que ponen la libertad del individuo por encima del bien colectivo. Uno puede irse a muchos extremos, se puede ir al extremo de lo que hemos visto con los nuevos brotes en Shanghái, en Europa hemos tenido un equilibrio mucho más sostenible. Y luego hay personas a las que les molesta la intervención del Gobierno, es una posición ideológica específica. Lo hemos visto en EEUU, en la presidencia de Trump se tiraron abajo muchas regulaciones sobre contaminación ambiental, sobre calidad del agua... Tenemos la libertad de beber agua contaminada y de respirar aire contaminado. Esas regulaciones eran logros de sanidad pública muy importantes.

Ese enfoque más individualista ¿es terreno para la mercantilización de la salud pública?

La pregunta no sé si es si la mercantilización lleva a ese enfoque individualista. Si no hay una regulación gubernamental que ponga unos mínimos, quien puede acceder a la salud es quien la puede pagar. Y no hablo de un copago, hablo de acceder a la salud. Por ejemplo, si no hay una regulación de calidad de agua y el agua tiene plomo, como ocurrió hace poco aquí en Detroit, ¿quién puede acceder a agua potable? Quien pueda comprarla.

¿Favoreció el diseño de nuestras ciudades la extensión de la pandemia de covid-19, qué deberíamos tener en cuenta para el futuro?

Uno de los aspectos claves de esta pandemia es que la desigualdad ayuda a que se expanda el virus. Cuando tenemos a gente que vive hacinada de diez en diez en un piso porque es lo único que pueden pagar por los precios de la vivienda, si una persona llega a casa infectada sin ni siquiera saberlo, tenemos diez casos nuevos. Si uno puede vivir solo, vuelve a su casa y no infecta a nadie. Esa desigualdad ha sido la gasolina de esta pandemia, el hacinamiento tanto en viviendas como en centros de trabajo. Al final, los países con mayor mortalidad han sido países pobres. El problema es el diseño físico y el diseño social de esas ciudades.